Opinión

La última generación

Los que ya vamos siendo mayorcitos mantenemos una curiosa relación amor/dolor con los dispositivos electrónicos de última generación que, seamos o no entusiastas, hemos de manejar forzosamente en el desempeño de nuestra vida cotidiana. Conozco a alguien que se mantuvo fiel a un teléfono móvil de la década anterior porque se encontraba cómodo con él y no quería cambiarlo por otro más moderno porque con los nuevos se liaba. El teléfono no hacía otra cosa que emitir y recibir llamadas que es lo que ha hecho un teléfono toda la vida del Señor, si bien estos aparatos nuevos son capaces de hacer cuatrocientas funciones distintas y además, y como argumento residual y complementario, reciben y llaman.

De hecho, yo mismo estoy literalmente secuestrado por un teléfono cuyas múltiples prestaciones descubro cada vez que me acerco a un mostrador de la marca para realizar algún encargo y me encuentro fascinado con el joven que me atiende y sus maneras casi mágicas de manejar el aparato. Se mueve saltando de función en función, apretando, abriendo y cerrando pantallas, pasando el dedo y arreglándome en diez segundos una situación que yo no hubiera sido capaz de interpretar ni en diez semanas. Me pasó hace unos días y tuve que decirle al amable joven que me atendía que fuera tan amable de apuntarme los pasos a seguir en una cuartilla y cuando llegué a casa me puso a operar en el aparato observando las consignas del papel como si estuviera interpretando el minueto de Boccherini con una partitura. Como mis conocimientos musicales son también muy limitados, ni conseguí emular las funciones aprendidas ni hubiera sido capaz de tocar la pieza del maestro italiano. A lo más que llegó es a hacerme un selfie, y eso que yo no sabía qué era aquello hasta hace relativamente poco tiempo. Tampoco es que hoy comprenda muy bien su aplicación y significado, pero uno se contagia de cualquier cosa y también de esas modas pasajeras de las que nadie se acuerda pasado mañana. De hecho, ya he probado y me doy miedo. Cuando uno ha cumplido una edad determinada más vale que no se haga fotografías y menos si están tomadas como quien dispara a las dianas de una barraca de feria. Aquí la alta tecnología apenas sirve de nada.

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