Opinión

A mis niños de teatro

Encuentro en la calle a mis niños de teatro y lanzan mi nombre al viento desatándolo de las cadenas de las letras, y me hacen libre, vaporosa... Yo les veo alejarse y pienso en ti, Platero, en las veces que les hemos visto ser princesas y duendes, piratas y delfines, leones o tigres, sirenas de islas en mares sin confín. Cómo no recordar, amigo mío, cuando te acariciaban y peinaban tus crines, cuando te acercaban al riachuelo a beber y te liberaban del cocodrilo gigantesco de la boca enorme más grande del mundo. Y cuando tú, pequeño burrito, te tumbabas con ellos en el suelo y le contabas la historia de la Navidad, donde unos humildes animalitos como tú habían sido -con su aliento- los que mantenían el cuerpo calentito de aquel niño que nos naciera en Belén.


Después, ¿recuerdas, Platero?, todos querían ser el buey o la mula y a ti te brillaban los ojos -conmovido- al comprobar el efecto de tu historia sanadora. ¡Qué inocencia y fragilidad, qué fuertes y sabios los niños! me han dicho, Platero, que echan de menos y a mí me parece bien, porque en pocos lugares encuentran tu gracia, tu entrega y candor de angelillo travieso.


Me han preguntado por ti, Platero, y yo les dije que te has ido a Oriente y que vas a volver cuando llegue la magia, la fiesta de la esperanza más pura, cuando llegue la brisa del cuento más hermoso pocas veces contado... Y cuando yo les digo adiós y les despido, me remiran, y yo hago que me voy pero me quedo pegada a ellos, abrazándoles en mi recuerdo amable, cantándoles versos alegres y canciones de soles y estrellas, que se quedan prendidas en tus ojos y en los míos, Platero, igual que el reflejo de la lluvia en el mar nostálgico que se mece, acurrucado, en la lejanía.



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