Opinión

De entrada, no

El slogan de Felipe González contra la OTAN –le duró poco, lo que tardó en ser presidente- lo utiliza ahora el gobierno español, aunque no relacionado con la Alianza Atlántica, sino contra las redes de tráfico de inmigrantes.

En la reunión de los ministros de Exteriores y Defensa de la Unión Europea para analizar el problema y tratar de encontrar solución con la que afrontar la llegada masiva de personas que huyen del hambre y de las guerras, se ha demostrado que para la UE la solidaridad es cosa de palabrería, no de hechos. Varios de los dirigentes europeos han puesto pie en pared, y el propio ministro García Margallo se ha referido al problema del paro y a la obligación de España de facilitar trabajo, vivienda, educación y sanidad a los emigrantes, como razón que justifica que no queramos asumir la cuota que propone la UE: menos de 2 mil inmigrantes. Dan ganas de gritar, o de llorar de rabia, ante la escasa sensibilidad de los gobernantes europeos a los que no se les va de la boca la palabra solidaridad pero dan la espalda al necesitado cuando suplica ayuda.

Que pongan el acento en la necesidad de destruir los barcos que utilizan las mafias para que los inmigrantes lleguen a las cosas europeas, es algo que provoca vergüenza. Es evidente que Europa no puede asumir a los millones de ciudadanos –sí, millones- que además de escapar de la miseria de sus países de origen, huyen también de las guerras civiles o las persecuciones étnicas o religiosas. Frente a las atrocidades del yihadismo, que desgraciadamente suma adeptos día a día, ha puesto en jaque a gobiernos que parecían poderosos, y amplía peligrosamente las fronteras de lo que llaman Estado Islamista, los países democráticos de Occidente han reaccionado con más tibieza que la que demostraron años atrás ante situaciones infinitamente menos graves y, además, ponen trabas para dar cobijo y asilo político a quienes no tienen más salida que dejar atrás raíces, tierra, bienes y familia si quieren preservar su vida.

Frente al expansionismo de los terroristas islamistas y de un ejército de brutalidad nunca conocida hasta ahora; frente al asentamiento del islamismo más feroz en más de la mitad del continente africano y en buen número de países asiáticos y del cercano Oriente Medio, Europa pone barreras con argumentos peregrinos como la supuesta escasez de medios.

En tiempos pasados, los países de origen de muchos de los ciudadanos que hoy llaman desesperadamente a nuestras puertas, acogieron a ciudadanos europeos perseguidos por su religión o por su ideología. Se les dio la oportunidad no ya de iniciar una nueva vida, sino de sobrevivir.

Su generosidad de entonces no tiene ahora la respuesta debida. No estamos dando la talla: ni se ayuda con todos los medios al alcance a combatir a los yihadistas, ni se acoge a quienes huyen de ellos.

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