Opinión

Ajonjolí

La vida es un sueño o sólo una nube repleta de esperanzas que suben y a veces bajan y a veces se volatizan. Otras veces se nos muestran súbitamente y al intentar tocarlas con las manos huyen, se evaporan y ya no están a nuestro alcance.

Dios que se inventó los sueños también inventó los ángeles. Porque qué sería un sueño sin ángeles mofletudos, sin esos ángeles que nos hacen cosquillas tras las orejas, sin aquellos otros que tienen siempre tu cara de chica huérfana perdida en el bosque. Esa que en los sueños siempre tiene la sonrisa de nácar.

Soñamos durante unos veinticinco años y eso viene a ser como un tercio de nuestro tiempo. Supondrás que el otro tiempo será para estar despiertos, vivos y coleando. Pues no. Tampoco.

Dormimos juntos porque compartimos sueños o porque soñamos que soñamos juntos. Con todo, cada uno tiene sus propios sueños. Yo no puedo gestionar tus sueños y tú tampoco puedes gestionar los míos.

Me pongo a dormir y ya sabes que casi siempre lo hago de un tirón. Me subo a esa barca sin remos y navego toda la noche hasta que el sol me da en los ojos. Entonces los abro y estoy seguro de que esa luz que me quema el iris eres tú que estallas como una pompa de luz por las mañanas.

¿Qué tal dormiste? Te pregunto de mañana. Y tú, apenas amanecida, me contestas con tus palabras aún arrugadas y me hacen mucha gracia esas palabras algo atontadas que estampas sobre la almohada.

A menudo nos preguntamos por los sueños. Tú me preguntas por los míos y yo, claro, por los tuyos. Y nos ponemos a dilucidar y no sabemos.

Voy a explicarme. Si apareces en mis sueños no pienses que siempre veo tu imagen. No. A veces eres sólo unos sonidos metálicos o un tintineo de cristal. Otras eres un pensamiento que nace y se va agrandando hasta convertirse en una hipótesis, un dogma o un tiempo en subjuntivo. Eso es, eres un montón de sensaciones.

Si alguien se atreviese, que no creo, a hacerte un encefalograma para descubrir tus pensamientos oníricos sería bien chulo contemplar sus ondas muy largas y suaves como el aceite de ajonjolí. Descubrir qué pinta puedo tener yo en esas tus imágenes hipna-
gógicas. Interpretar ese mundo en el que viajas acurrucada como un gato con manchas de nata.

Para saber de los sueños voy a preguntarle a Freud. Si él no quiere contestarme, le preguntaré a Jung. Claro que podría preguntarle a Nix pero me da miedo. El miedo en los sueños produce los terrores nocturnos y yo no los quiero. Nadie quiere tener pesadillas. Son atemorizantes y nos hacen un desgarro emocional. Es preferible dormir plácidamente mientras la noche va pasando las páginas de su libro negro de manera lánguida, indolente y apática.

De todas formas, contigo nunca se sabe. Desconozco cuando pienso en ti despierto o si lo hago dormido como un tronco. Tienes esa cualidad, la de ocuparme por dentro y por fuera. Me empapas y te cuelas como un caramelo líquido o como una irrealidad, una ficción, una fantasía, tal vez una alucinación. Te aviso. Si nadie quiere contestarme me pondré a soñar contigo el lunes 14, pero no de una manera efímera sino perdurable, perenne, perpetua e inmarcesible.

De esa forma caerán las horas desasosegadas de mi noche desde aquella torre tan alta y se estrellarán una tras otra sobre la plaza empedrada de tu pueblo. Entonces se harán añicos.

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