Opinión

EN LOS 50 AÑOS DEL CONCILIO

Continuamos en las Bodas de Oro del Vaticano II y lo hacemos hablando del documento primero y que marcó la línea pastoral de todos los demás. La Iglesia debía presentar el 'centro y cumbre' de su vida (la celebración litúrgica, su antes y después), de forma que el pueblo sencillo entendiera y destacara aquellas realidades más esenciales de la misma: es acción de Cristo y de su Cuerpo, la Iglesia, hace presente el misterio de Cristo, la importancia primaria de la Palabra de Dios, ha de ser participada por todos los bautizados, hace memoria de la entera historia de la salvación, no agota toda la vida de la Iglesia (quedan además: la evangelización, la catequesis, los actos piadoso-devocionales, la vivencia de la cruz, etc.), tiene una parte inmutable y otras sometidas al cambio; se actúa en la tierra pero su modelo es la liturgia celestial.


Entonces llamó mucho la atención: la importancia de verter los textos litúrgicos a las lenguas vernáculas, la exigencia de reformar los ritos y los textos, la relevancia que cobraba el sentido comunitario (eclesial) de las celebraciones, la formación y catequésis litúrgica, lo decisivo de 'la participación activa, fructuosa y consciente' y la posibilidad de inculturar los ritos y los textos. El Concilio consideró esta labor de reforma-renovación de la Liturgia, 'como un signo de las disposiciones providenciales de Dios sobre nuestro tiempo, como el paso del Espíritu Santo por la Iglesia' (SC 43). Y así lo recibió la inmensa mayoría del pueblo de Dios. Los años siguientes a la promulgación de la 'Sacrosanctum Concilium' (SC, 4.12.1963) fueron de gran esfuerzo por acoger el espíritu y la letra de la 'Carta Magna' de la Liturgia. Ésta volvía a ser la celebración de todo el pueblo de Dios, se había salvado la dificultad del latín en orden a la participación, el canto de toda la asamblea resonaba en las iglesias y los gestos y posturas corporales eran los mismos. El altar se despegaba del retablo, el sacerdote y los fieles oraban viéndose el rostro, los tres espacios litúrgicos comenzaban a mostrar su identidad y diferenciación: el altar (para la liturgia del sacrificio), el ambón (para la Palabra de Dios) y la sede (para la presidencia del sacerdote).


Lo objetivo y doctrinal de los documentos en materia litúrgica eran muy bueno, pero no siempre se puso en práctica adecuadamente. Se insistió más en los cambios materiales sin ahondar en los motivos y explicar las razones. Se pensaba por parte de los agentes de la reforma que, con realizar los cambios previstos, ya se conseguían los efectos. Pero la SC no sólo habla de reforma, sino también de renovación (fomento). La reforma mira a los gestos y oraciones, pero la renovación mira a las personas. La reforma es tarea humana, la renovación es acción de Dios. La reforma de los textos y ritos sin la renovación profunda de las personas, no puede generar la Liturgia 'renovada', corazón de la vida de la Iglesia y del cristiano, fuente de vida en el Espíritu.

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