Opinión

Cuando el Adviento se va...

El mes de Santos o noviembre llegaba con el inicio de un nuevo año cristiano o litúrgico. La Iglesia se adelanta a la sociedad civil para iniciar el año eclesiástico en el final de otoño, con el tiempo de Adviento. Históricamente este tiempo se inició en el siglo IV, con mucha probabilidad en Hispania (liturgia hispánica o mozárabe). Era una especie de Cuaresma para preparar a la Navidad.

El espíritu de este tiempo está marcado por tres venidas del Señor de la historia y el universo: la venida primera (nacimiento en Belén), la venida definitiva como Juez (al final de los tiempos) y la venida reiterada (ahora) en cada hombre y en cada acontecimiento (Pref. III). 

La espiritualidad de este tiempo la marca el profeta Isaías, anticipándose e iluminando el futuro con un estilo poético e ideal. Y Juan Bautista, el predicador en el desierto de Judea y a orillas del Jordán; el más que profeta, asceta, humilde y severo predicador; el que sólo es voz en el desierto preparando el camino al Señor; el grande y el más pequeño en el Reino de los Cielos. Y, más que todos, la Virgen de Nazaret, la humilde esclava del Señor, la Hija de Sión, la Virgen encinta que dará a luz a un Niño cuyo nombre es Enmanuel, Dios-con-nosotros. 

El Adviento de nuestra sociedad no guarda los tiempos: se habla y se prepara la Navidad, se anticipan las luces, se desatiende un tiempo de austeridad, de moderación, de modestia, de preparación de la gran Fiesta. De este modo, a los cristianos se nos pide vivir el Adviento “a contracorriente” añorando más silencio, más acudir a la iglesia, más conversión, cuando este tiempo se acaba. Que el Adviento sea verdadera preparación a la Navidad. “Cada cosa a su tiempo y los nabos en Adviento”.

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