Opinión

Un tiempo de espera

En este último domingo del mes de los Santos, también en el día que festejamos a San Andrés da comienzo al tiempo de preparación de la Navidad. Adviento llama a las puertas de la Iglesia despertándola en orden a iniciar un nuevo año litúrgico. A los 50 años del Concilio Vaticano II se nos invita a tomar en serio las directrices y contenidos preciosos de sus documentos. Y mirando a la reforma litúrgica hemos de sentirnos agradecidos por tantas gracias como nos ha comunicado. Con el tiempo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico que celebran los católicos. Las distintas fases del año litúrgico son el cauce sagrado por el que los cristianos llegan a Jesucristo, muerto y resucitado, fuente de vida y felicidad en el Espíritu.

A lo largo del año litúrgico “tocamos” la gracia que los misterios de Cristo comunicaban durante su vida en la tierra y que continúa llegando hoy a nosotros. Tales misterios (encarnación, nacimiento, pasión, sepultura, resurrección y descenso del Espíritu Santo) siguen siendo realidad a través de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia. Vivir el año litúrgico escuchando la Palabra de Dios domingo a domingo, rezando con el espíritu oracional de la Iglesia, acogiendo los silencios que renuevan la vida, cantando con la comunidad, recibiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor es actuar la espiritualidad litúrgica. También ayudan a orar. 

La Liturgia de las Horas ayudan a recibir el mensaje de los Salmos, cantar la Palabra de Dios que alaba y da gracias, que la mente (de cada fiel) concuerde con la voz (de la Iglesia orante), unirse a los bienaventurados del cielo que cantan en comunión con la Iglesia de la tierra, dar gracias y glorificar al Padre recorriendo la historia de la salvación. 

El año litúrgico que comienza hoy es el cauce e instrumento sacramental precioso para celebrar y vivir la condición cristiana. Por él, Cristo nos configura con su persona y sus sentimientos. Nos asemeja interiormente a su persona y a su divina voluntad. En este sentido el Adviento inicia este cauce e instrumento del año que marca el calendario cristiano. Se nos pide recibir con fidelidad la enseñanza del Concilio sobre el mismo. Cristo está presente realmente a lo largo de las celebraciones de todo el año, nos hace anhelar su venida última como plenitud y coronación de este mundo. Nos invita a estar despiertos, levantar la cabeza, vigilar y orar intensamente a la espera del día y la hora para nosotros desconocida.

La preparación para las entrañables fiestas navideñas para quien tiene fe nunca pueden reducirse engalanar nuestras calles, adornar los hogares y cargarse de regalos. Es algo mucho más profundo que, según el sentir de la Iglesia, debiera comprometer e impregnar toda actividad con un contundente testimonio. Lo contrario sería caminar por la incoherencia más perniciosa y causa de tantas decepciones y posteriores abandonos.

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