Opinión

‘¡Cuidado, nacionalistas, cuidado!’

Quiero que este artículo sea ante todo una muestra de apoyo a Roberto Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional, y colaborador del periódico ‘La Voz de Galicia’, víctima días atrás de la ‘hazaña’ de una panda de babosos pelafustanes, que colocaron un artefacto explosivo de fabricación casera a las puertas de su vivienda en Santiago. La explosión tan solo produjo daños materiales, pero éste es el tercer ataque que dicho columnista sufre en su casa. Como suele suceder en estos casos, los cabrones autores del atentado no dejaron su DNI en la escena del crimen; por otro lado, su cobardía y vileza les impide dar la cara, echarle huevos, y asumir individualmente la autoría. Pero de los panfletos que dejaron como firma se infiere que pertenecen a grupos independentistas radicales, ya que estaban escritos en idioma mitad gallego y mitad portugués, y tachaban a Blanco Valdés de antigallego y enemigo del país y de la lengua. Su crimen, al parecer, es rechazar, pluma en mano, la imposición del uso de la lengua gallega y el cercenamiento de la libertad de elección de cualquiera de los dos idiomas oficiales que hoy coexisten en Galicia.


Tras estos hechos, a uno le encantaría tener delante a esa panda de borregos y poder formularles unas cuantas preguntas, cuestio nes sencillas, no vayan a pensar, pues la perlesía mental de estos cafres no dará para mucho, visto el modo en que se comportan estos primates. Primero, y porque me concierne personalmente, les preguntaría si creen que los que hablamos normalmente en castellano, pero nacimos en Galicia, vivimos en Galicia, trabajamos en Galicia, y nos sentimos gallegos, somos realmente enemigos de esa su ‘Patria Ceibe’. Después les pediría que me dijesen si de verdad piensan que el juez, abogado, comerciante, profesor, enfermero, fontanero, albañil, veterinario, médico, que, pudiendo hablar en gallego, hablan en castellano, lo hacen porque son obligados a ello y alguna autoridad maligna les prohíbe utilizar el gallego en su quehacer profesional. También les rogaría que me explicasen si el hecho de quemar una bandera española (la constitucional, no la del águila y el lema una, grande y libre) en una manifestación a favor del uso del gallego en las escuelas forma parte de los actos programados para enaltecer el gallego y denostar el castellano, aunque éste sea el único idioma oficial común a la totalidad del territorio español.


En esta conversación imaginada, mucho me temo que la insipiencia de los interrogados les impedirá contestar siquiera sea con un mínimo de coherencia alguna de las pre guntas formuladas. Lo que me encoleriza aún más, pues ello viene a confirmar mis sospechas iniciales acerca del vacuo cerebro que rige la conducta de estos revolucionarios de pacotilla. Por eso, y para culminar la faena, me atrevo a preguntarles si, dada su querencia por los explosivos, lo que pretenden es emular a los batasunos callejeros que andan tristes y huérfanos de lehendakari en el País Vasco, dominado ahora por el yugo españolista al no tener un gobierno nacionalista al frente. Y quiero que me contesten, ellos o quienes excusan sus acciones, si una de las finalidades de esta fiebre lexico-nacionalista es superar los doscientos ocho mil euros que en el año 2008 el gobierno tripartito catalán recaudó por multas impuestas a empresarios y comerciantes por no usar el catalán en los rótulos de sus comercios o negocios. Contesten, sean valientes.


Todas las convicciones, nacionalistas o no, son respetables y defendibles por métodos democráticos y a través de las instituciones que sirven a una armónica convivencia. Pero la idea más noble, la más íntegra, se pudre y se envilece si se defiende con una bomba, con una bala, con la amenaza, la extorsión o el chantaje. Cuidado con estos métodos, señores nacionalistas, pues de ahí al fascismo media un pequeñísimo trecho.



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