Opinión

Arriando la bandera

Europeísta ilusionado, de un tiempo a esta parte tenía la bandera azul estrellada a media asta. Ayer la he arriado del mástil de mi corazón. He dejado de creer en la Europa de las naciones, en la Europa de los pueblos, en la vieja Europa de las culturas universales. Es más, me apunto a cualquier corriente justa que esté dispuesta a poner fin a esta Europa que da la espalda y cierra sus puertas a miles de seres humanos empujados por el terror de la guerra.

No quiero avalar con mi voluntad ni mi voto el comercio de seres humanos en nombre de oscuros intereses comerciales e ideológicos. Desde mi ingenuidad creía y confiaba en haber alcanzado el fin de una larga historia en la que las migraciones fueron también tragedias. Tenía la bandera en cuarentena desde que las concertinas y las pateras se confabularon contra la libertad de los desheredados, desde que el control del déficit público es más importante que la arritmia de un anciano, desde que la prima de riesgo tiene más valor que un libro de texto… Y ayer contemplando, a pantalla partida en dos, a los dirigentes europeos de un lado y a los sirios errantes de otro, he decidido quemar esa bandera que no me representa.

Mientras rociaba la tela con gasolina tenía clavada en las pupilas la imagen de cientos de españoles republicanos cruzando los Pirineos para, como Antonio Machado, entregar el sudor de su alma al otro lado de una frontera por razones ideológicas. Mientras ardía la tela a mis pies me llegaba el eco de aquellos ciento cincuenta mil judíos españoles condenados al exilio por la fe de los Reyes Católicos. Aunque los ricos se instalaron en otros reinos del continente, la mayoría cruzó a África armados con su pobreza y fueron robados, violados y masacrados en el Magreb. Sus almas errabundas quizás estén reencarnadas en esos desposeídos –es injusto y falaz denominarlos refugiados- que se desesperan frente a las vallas y los fusiles en Turquía y Grecia.

Economía e hipocresía se dan la mano del mismo modo que lo hicieron en todos los tiempos. Y no me sorprende que esta Europa, mayoritariamente cristiana, en un capítulo cainita más, considere a esa pobre gente carne humana infiel de segunda o tercera categoría. Además de la economía, la burocracia y la hipocresía, ¿también jugarán algún papel la religión y las creencias de esos prohombres reunidos en Bruselas para negociar su venta a Turquía?

Y llegados aquí, con el tufillo a quemado de la tela, me asaltó la figura de aquel obispo andaluz, cuyo nombre no merece un rincón en la memoria, adalid de la expulsión de los moriscos y capaz de proponer la manipulación de los barcos para que se hundieran en alta mar y murieran ahogados antes de llegar ningún puerto. Está vivo en Bruselas. No hemos avanzado nada, ni con banderías ni con bandera única. Arriémoslas todas.

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