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La hora de la descarbonización en España

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La situación política, pendiente del relevo de Luis de Guindos y de saber qué pasa con Álvaro Nadal, no favorece la estabilidad ni la cohesión necesaria para afrontar un objetivo tan ambicioso.

La descarbonización energética -una política obligada si se admiten los objetivos de la Cumbre de París sobre cambio climático- se basa en que la economía mundial no puede sostenerse sobre energías contaminantes: la alternativa sería una catástrofe planetaria.

Pero una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Hay países, como Alemania y España, que se resisten a los planes de cierre de las centrales porque un alto porcentaje de su electricidad procede del carbón. No basta con que funcione la Comisión para la Transición Energética: hace falta cerrar las plantas de carbón; máxime cuando el carbón español no es competitivo en las actuales condiciones de mercado.

El Gobierno ralentiza la ejecución de una política que le viene dada con el pretexto de que la desaparición del carbón elevaría el recibo de la luz pero es probable que estén pesando más las pérdidas de empleo en esas actividades. Sea como sea, el tiempo se le viene encima: antes de 2019 deben estar cerradas las minas subvencionadas y los grupos térmicos que no rebajen sus emisiones. En 2030 culminarán los planes de cierre, ya que la comunidad internacional -a pesar de las reticencias de Alemania, Estados Unidos y China- ha adquirido el compromiso de alcanzar la neutralidad de emisiones entre 2050-2100 y para conseguir ese objetivo es necesario marcar el camino de la descarbonización.

El asunto tiene un calado político extraordinario y afecta no solo al medio ambiente, sino también al empleo y a la estructura empresarial energética, de ahí que veamos tantos vaivenes accionariales, cuyas consecuencias finales se desconocen. Por todo ello es imprescindible que el equipo económico del Gobierno esté cohesionado y trabajando a tope en la reordenación del sector, sin limitarse a ver cómo se mueven miles y miles de millones de euros.

El relevo del ministro de Economía, Industria y Competitividad no es, en este sentido, una buena noticia, ya que puede generar vacíos o retrasos. Para Mariano Rajoy es fundamental resolver bien este asunto y, de paso, valorar qué hace con Álvaro Nadal, titular de Energía y Turismo. No parece que las cosas vayan bien. Por eso Rajoy dice que quien sustituya a Luis de Guindos debe “saberse los temas”.

Nadal está desconcertado. De la misma manera que un día es el paladín de la lucha contra el cambio climático, otro se comporta como el ferviente defensor del carbón español, causante del efecto invernadero, lo cual es incompatible. El Gobierno -no solo Nadal- debe aclararse y para eso será imprescindible conocer quién será el ministro de Economía, el principal interlocutor de España con el poder real de Bruselas.

En juego está el compromiso europeo de reducción de emisiones, que para España supondrá que las emisiones se limiten hasta un valor muy reducido, a sabiendas de que este objetivo solo se podrá alcanzar si el nuevo modelo energético pone en marcha simultáneamente las tres llamadas palancas de descarbonización. Una palanca es el cambio de los vectores energéticos, como el consumo de productos petrolíferos -siempre que haya una alternativa viable-, por otros con menores emisiones, como el gas natural.

Otra palanca es el desarrollo de un parque de generación eléctrica basado en energías renovables. Y una tercera palanca es la implantación de medidas de eficiencia para no desperdiciar energía en consumos innecesarios.

@J_L_Gomez

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