LA REVISTA

Un viaje a la Galicia que construyó cien castillos

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photo_camera Castillo de la catedral de Tui.

Galicia es tierra de castillos. Se mantienen en pie, en mejor o peor estado, más de 50. Pero el número superó los cien. Hay de todo: militares, residenciales, ciudadelas fortificadas, castillo con convento... incluso un castillo catedral.

Algunos de los momentos más relevantes de la historia de Galicia se acontecieron en un castillo. En el de Monterreal, Baiona, se supo por primera vez de la existencia de América. Por los mismos años, en Monterrei se utilizó por primera vez la imprenta en Galicia.  Aunque la fama se la llevó el Misal Auriense, lo más probable es que el ingenio de Güttenberg llegara a Monterrei como arma de propaganda para defender los intereses de uno de los hermanos que habría de heredar este castillo.
Viajar por los castillos de Galicia es hacerlo también por sus mitos y leyendas. De algunos apenas quedan elementos en pie. Del de Viana do Bolo tenemos la torre del homenaje. Pero eso no es óbice para que subsista casi íntegramente la leyenda o la realidad, que nunca se sabe, de que el buen Cid guerreó en él contra los musulmanes. Tirando del hilo podríamos deducir que en Viana y en muchas de las fortalezas hoy en ruinas (O Bolo, A Porqueira, Sandiás, Vilar de Barrio...) se defendió con honor que en Galicia podamos disfrutar de comer chorizos y jamones, nécoras y lamprea, que de otro modo, de haber perdido aquellas batallas, nos habrían sido vedadas por el Corán y el Levítico.
Cuentan que en Maceda aprendió gallego Alfonso X el Sabio mientras residió en él siendo niño. Y también lo hizo Xoán de Novoa, un navegante que a las órdenes de la corona portuguesa descubrió la isla de Ceilán. Así que, directa o indirectamente, a Maceda debemos las Cantigas alfonsinas y la canela.

Nuestro paseo por los castillos de Galicia también lo hicieron algunos monarcas en el pasado. Doña Urraca y su hijo el rey Alfonso  VII vivieron en Vilasobroso, en Mondariz. En é se casaron los reyes de Portugal Don Dinis y e Isabel. Se trata de uno de los castillos más pequeños de Galicia, en tamañño, pero grande en historia. Alfonso XII estuvo en el Castillo de Soutomaior con su entonces propietario, el marqués de la Vega de Armijo, Antonio Aguilar y Correa. Allí almorzó y luego, desde Redondela, hizo el primer viaje en tren en la línea de Ourense a Vigo. Una inauguración, en el verano de 1877, que se adelantó en 4 años a la entrada en servicio del ferrocarril. Al igual que el de Maceda, o que el de Monterreal, es visitable. Soutomaior posee uno de los mejores jardines y colecciones de camelias de Galicia.

Reciclaje
 
Como modelo constructivo, los castillos tuvieron su época de esplendor, la Edad Media. Luego, a medida que iban perdiendo su valor militar o fueron abandonados o reconvertidos. Los condes de Ribadavia cambiaron su castillo por un pazo más confortable. En Maceda, Castro Caldelas, Soutomaior y otros muchos, realizaron reformas.  En algunos casos, los Irmandiños, echaron una mano. Durante la revolución que protagonizaron en el último tercio del siglo XV, derribaron o dejaron maltrechas la mayor parte de las fortalezas de los señores gallegos. Pocos se salvaron. Uno de ellos fue el de Pambre, en Palas de Rei. Todavía podemos verlo en pie, con su estructura y planta original, en la que las obras de restauración tratan de devolverle su aspecto primigenio.  Pero en la mayoría, de los que fueron reconstruidos, cambiaron su uso militar por uno más acogedor, dándole entonces un carácter residencial. Esta es la parte que se refiere a la reutilización, que practicaron nobles como el Conde de Lemos, propietario de varios castillos en Galicia. La casa de Alba de Tormes heredó los títulos y las propiedades de la de Lemos, entre ellas el castillo de Castro Caldelas. Los que, una vez desaparecido su valor defensivo se quedaron sin uso, fueron desapareciendo. Unos, lentamente, otros en apenas unas décadas. El estado ruinoso en el que los vemos en la actualidad, no siempre se debió a la desidia, sino al reciclaje, que no es un invento nuevo. Con las piedras del castillo de A Peroxa se construyó la iglesia parroquial. Si en A Limia vemos torres medievales sin murallas defensivas es porque los sillares de éstas acabaron formando parte de nuevas construcciones.
Ayuntamientos y diputaciones recuperaron los que acabaron bajo su tutela, como Vimianzo, Soutomaior o Vilamarín. Pasear por sus almenas, es viajar por nuestra historia. 

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