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¿Quién fue Fernando Quiroga Palacios?

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photo_camera Don Fernando a los 24 años, posando unos días de vacaciones en Loñoá del Monte. Le acompañan Delfín Sánchez Puga y Syra González.

Cincuenta años se cumplirán en breve de su fallecimiento, y continúa en el recuerdo de muchos ourensanos, el cardenal macedano

Según mis datos, el cardenal Don Fernando Quiroga Palacios ha sido el ourensano, (Maceda, 1900) que más alto grado alcanzó en la jerarquía eclesiástica. Otros dos han alcanzado la dignidad de arzobispo: Fray Diego Fermín de Vergara, nacido en Leirado, arzobispo de Santa Fe de Bogotá (1741) y Veremundo Arias- Teixeiro y Rodríguez, nacido en Cabanelas, Carballiño, arzobispo de Valencia (1815).

Nombrado cardenal en 1952, después de un breve periodo ejerciendo de obispo (Mondoñedo, 1945) y siendo arzobispo (Santiago de Compostela, 1949). Ejerció de cardenal elector en el nombramiento de dos papas de gran significación en la historia de la iglesia católica. Juan XXIII (1958) y Pablo VI (1963).

Hasta aquí se resume en grandes trazos el currículum de este ourensano. Queda quizás en buena lógica para sus convecinos otra serie de datos que conforman una biografía más cercana. El ser paisano ciertamente habrá influido, pero creo no equivocarme al afirmar que su forma de ser, abierta y directa, junto con su bagaje cultural fueron causa del afecto que se granjeó en la ciudad. Muchas son las familias que guardan recuerdos del trato personal con el cardenal. Desde el que ha sido compañero (mi entrañable amigo Ernesto Ferro lo había conocido en Maristas a pesar de no coincidir en la misma clase) de clases en aquellos comienzos de los Hermanos Maristas en la calle del Paseo (actual Subdelegación de Defensa), hasta los que recibieron el vínculo matrimonial u otros sacramentos de sus manos en la parroquia de Santo Domingo, pasando por multitud de ourensanos con los que compartía tertulias y entretenimientos.

A falta de confirmación, los primeros estudios del cardenal es posible que los realizara con su padre en Maceda (cabo de la Guardia Civil pero que se dedicó posteriormente a la enseñanza). Llegado el 1908-09 lo envían a continuar sus estudios en la ciudad, y los Maristas es una muy buena opción. Los resultados académicos son más que buenos y en su entorno se comienza a pensar en recomendarle que continué por la vía eclesiástica. Tomada la decisión, faltaba conseguir la financiación para realizar los estudios en la ciudad. Su padre, viudo desde que el futuro cardenal tenía dos años, no podía permitirse ese dispendio; es así como consigue que la asistencia a clases le resulte gratuita y el propio Seminario contacta con la familia de Laureana González Cid para que se haga cargo de su alojamiento y manutención. (El Seminario tenía contactos con familias de la ciudad dispuestas a colaborar en la formación de sacerdotes.) En esa etapa de su vida adquirió la costumbre de pasar unos días en verano en el pequeño pueblo de Loñoa do Monte, donde Laureana y Manuel Coello, su esposo, tenían una casa que les permitía escapar de los rigores del verano ourensano.

Después de su ordenación sacerdotal en 1922, tuvo un corto periplo de estudiante en Santiago, y posteriormente en Roma, donde obtuvo el doctorado en Teología. Regresó a Ourense, donde se le asignó la plaza de coadjutor en Santa Eufemia del Norte, y allí permaneció todo el periodo bélico. Fue nombrado párroco (Santo Domingo) el 7 de octubre de 1940. En los años de la posguerra cuentan que el señor Xesteira, dueño del cine de mismo nombre y vecino del párroco, procuraba que al menos éste no pasara hambre, ya que Don Fernando nunca tenía dinero. Sus ingresos y lo poco que se recaudaba en los petos no llegaba para paliar las necesidades de los feligreses, y Don Fernando no tenía inconveniente en ayunar si era preciso.

De esa época me recuerdan interesantes tertulias en el Liceo, Orfeón e incluso en la Joyería Cid, en las que trabó buena amistad con personajes de la vida cultural ourensana, Don Ramón, Xocas, Doval, Jaunsarás...

Después de un corto periodo en el que realizó tareas de profesor en los seminarios de Ourense y Valladolid, llegó su nombramiento como obispo de Mondoñedo, y muy poco después como arzobispo de Santiago. Lejos de alejarlo de la relación con sus amistades, Don Fernando continuó siendo la persona accesible que siempre había sido. Contaba don Ramón Otero Pedrayo que más de un fin de semana en el que sus tareas como profesor de la Universidad Compostelana no le permitían venir a su querida Auria, sabía que en la mesa del cardenal tenía un plato esperándole, junto a una agradable sobremesa de conversación.

En mi afición de buscar viejas imágenes, en más de una docena de ocasiones he podido ver en los álbumes familiares felicitaciones navideñas escritas de puño y letra del cardenal que no olvidaba a los amigos ourensanos. También queda claro que el afecto era mutuo, ya que existen infinidad de pruebas de que cuando el cardenal decidió impulsar las peregrinaciones xacobeas, sus vecinos se volcaron organizando multitudinarias excursiones que ayudaban a dar vida a la ciudad del Apóstol. Pocos o ningún colegio de la ciudad dejaron de acudir en peregrinación a Compostela.

Cincuenta años se cumplirán en breve de su fallecimiento, y continúa en el recuerdo de muchos ourensanos.

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