CRÓNICA

Abrazados por el duende

photo_camera Momento del concierto de Jorge Pardo en el Latino. (JOSÉ PAZ)

Crónica del concierto de Jorge Pardo, Javier Colina, Josemi Carmona y “Bandolero”, este miércoles en el Café Latino dentro del festival Jazz de Primavera

Se les ve caminar como con disimulo; a contraluz cuesta hasta reconocerlos, cada uno por su esquina, subiendo Santa Eufemia arriba como si fueran a perderse por los Vinos. Aterrizan a la puerta, como pájaros en la noche, seres noctámbulos por naturaleza en busca del calor del público. Javier Colina, el contrabajista ha tocado bastante más que Jorge Pardo en el Café Latino, que ya es decir, aunque en ninguno de los casos sería fácil recontarlas. Se paran a la entrada y miran dentro, el aforo está completo; de entrada, las caras son de grata sorpresa. “Pasamos directamente al escenario”, le indica Jorge a Eduardo, quien los recibe con cariño; más que músicos como amigos. Con orgullo me enseña -Eduardo- en su teléfono, el contacto previo con el artista, la única fecha posible era esta, en unos días tocarán en Cancún, en un homenaje a Paco de Lucía, con el que el madrileño compartió innumerables aventuras musicales por las anchas calles del mundo.

El jazz es improvisación, adentrarse en territorio desconocido, y tocar aferrados al swing, también el flamenco. El único abrigo es el músico, la interpretación, lo que los diferencia de otras músicas, lo que los vuelve creadores. Obvia apuntar que aquí la única partitura escrita es el logo del local, las marcas promocionales y los epígrafes de las fotos colgadas detrás de ellos. Además esta noche vale todo, lo mismo caerá un bolero, “Ya no estás más a mi lado corazón”, a golpe de saxo, que la hipnotizante sonoridad andalusí con la que Jorge se dejará llevar -de entrada- con la flauta travesera; sin olvidar las alegrías, tangos, o el jazz más alegre que vendrá a los postres, siempre con destellos flamencos. Así son estos músicos. En el quinto concierto del Festival de Jazz de Primavera, la parte más permeable del flamenco, victoriosos de una revolución, que en su momento llenó de disgustos la visión de muchos ortodoxos. ¿Qué hace un tipo con una flauta repicando seguidillas, tangos, o bulerías? Camarón tuvo mucha culpa, y. Morente, y Paco de Lucía. Ellos confiaron en el madrileño nada más verlo despuntar. Todo aquello era un universo tan extraño como “La leyenda del tiempo”, de 1979, que los gitanos devolvían a las tiendas de discos porque aquello no era Camarón. Los Ketama, años más tarde, también se alistarían a la causa, a ellos se unirían sobre la marcha Josemi Carmona, y aportarían mucho al ensanchar el camino del flamenco, y su fusión con el rock y el jazz. Josemi Carmona y Bandolero, guitarra y percusión, completan cartel.

Sobre el escenario, Jorge imita las falsetas de la guitarra, saca voces a la flauta igual que si fuera un cantaor, y eso es todo mérito suyo. Se atreve con Camarón, y con quien haga falta, Josemi le sigue con una maestría que espanta, cualquiera diría que ambos son dos artistas sin método, sin horas de conservatorio, aunque ahora los llamen para dar clases magistrales; la música, para quien la trabaje. Pero a Josemi, que es un monstruo, hoy se le ve seguro, una extensión en sí mismo de su instrumento, reinterpreta los acordes de cada pieza y siempre generoso le añade otros tantos por su cuenta. En la zaga, Bandolero, José Ruiz, ese crisol de cultura flamenca que da apoyo y alimenta el espíritu.

A nadie le importa los molestos desajustes de sonido, a nadie se le ve dispuesto a dejarse arrebatar la fiesta. Me decía antes de entrar Javier Colina, con sorna, que una errata en un periódico madrileño le calificaba de contrabandista -por contrabajista-, y uno piensa -viéndolo tocar- que no se equivocaron tanto, esta noche se posicionará como un auténtico contrabandista de emociones, cuestión de agradecer.

Jorge Pardo es un epitafio andante de sus amigos, los que le hicieron grande, y de los que se empapó. Él lo agradece, a Camarón le regala unas alegrías, “Perla de Cádiz”. Con la flauta travesera como si fuera cantaor, clona la letra del de San Fernando, y un innumerable Olé, del público que lo celebra. Josemi más flamenco si cabe, un crisol de alcance. Colina que los persigue a ambos y los atrapa, contrabandeando con sonidos hasta esconder la melodía y soltarla con el paso cambiado. La cierra Jorge. “Nos tienes que traer más”, Eduardo, dice al rematar como queriendo animar a un público entregado antes de entrar. La cuarta por tangos, arranca Colina, con un ritmo que nos llena de negritud, bandolero grandioso, toda la noche le apoya. Después vendrán “Las pequeñas cosas” de Josemi Carmona y su ritmo pegadizo, que se deja caer y querer, con Pardo de pareja de baile. Josemi retuerce las melodías hasta hacerlas distintas, de cuando en vez regresa; vuelve a ser reconocible en la despedida. La noche se llena de imágenes sin dueño, muestras de gratitud y fiesta flamenca.

Arranca el viejo “Caravan” de Duke Ellington que nos lleva más lejos, si cabe. Con esa característica sonoridad del saxo de Jorge, con esa dicción tan personal, como antigua, oscura y ajada. Melodías de ayer y de hoy, que en la guitarra de Carmona se vivifican en un tamiz de luces y colores. También, le llega el turno a “Huellas” de Jorge Pardo y sus reconocibles estrofas que se vuelven cálidas. El concierto continúa por territorios de jazz, de vez en cuando, la flauta de Jorge que viene y va, como los cánticos de ida y vuelta, que regresan más flamencos si cabe, pero enriquecidos. Después “Surcos”, uno de los temas de Jorge Pardo y tras el bis, la cosa remata, como no podía ser de otra manera, por alegrías. Más de una ocasión, Jorge Pardo ha dicho que no tenía ni idea hacia dónde va, miente, aunque de momento se deje llevar.

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