LA PELEA DIARIA CON LOS MEDIOCRES

Los mediocres son incapaces de usar su imaginación para forjar ideales que les plantean un futuro por el cual luchar: se convierten en parte de un rebaño o colectividad a la que no le cuestionan las acciones, sino que siguen ciegamente. Son seres sumisos, manejables, ignorantes, sin personalidad, contrarios a lo considerado perfecto, cómplices y motores de los intereses creados, que los hacen borregos del rebaño social, que viven según las conveniencias y no logran amar.
En su vida complaciente se vuelven viles y escépticos, unos cobardes. No aceptan nuevas ideas, distintas a las que ya han recibido por herencia. No se convierten en genios, ni héroes ni santos. A su vez, entran en una lucha contra el idealismo por envidia, intentan opacar toda acción noble, porque saben que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que, de esta manera, no se ponga por encima de él.

Sin el idealista no habría progreso en la sociedad. El idealista tiene su propia verdad, no se mueve por juicios complacientes, sino por ideales más altos. Piensa por sí mismo, no busca el éxito, sino la gloria, ya que opina que el éxito es sólo momentáneo. Ser idealista es ser una persona capaz de usar su imaginación y se proponen de esta manera cambiar el pasado en favor del futuro. A diferencia del mediocre, puede distinguir entre lo mejor y lo peor y no entra en el más y el menos.

Ya en 1913 un filósofo argentino publicó una obra sobre la naturaleza del ser humano. Para este autor, el mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra, pero en cambio custodia celosamente la armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra el acoso de los inadaptados.

Me da pena que tengamos que pelearnos cada día con tanto mediocre.

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