la tierra llora

De nuevo el dolor extremo nubla con tonos grisáceos y tenebrosos la faz de la tierra. La tierra llora desconsolada. Filipinas está sumida en la desesperación. La fuerza de un tifón destruye impetuosamente una gran extensión, dejando a su paso: desolación, muerte, tristeza, amargura, caos, ruinas, hambre, sed, enfermedades, infecciones, epidemias. ¿Ante esto, qué hacer? Ser solidarios, entregad con urgencia lo más necesario, movilizarse en busca de recursos, pedir al que más tiene, sensibilizar a todos, poner los medios a nuestro alcance para que el clamor de la ayuda llegue a los confines de la tierra.
Las pruebas a las que Dios nos somete, en ocasiones, son terribles, y no es fácil descifrar el enigma, no es fácil hacer una lectura positiva de lo que ha acontecido en Filipinas. Ver los acontecimientos, solo, desde una objetividad terrena y material: no sirve; tenemos que adentrarnos en la magnitud trascendente de nuestras vidas, tenemos que descubrir a un Dios que es amor, pero desde una perspectiva del espíritu.

Y mientras que desciframos el, tantas veces, incomprensible misterio de Dios, mientras que encontramos un porque, tenemos que rezar, tenemos que pedir: por los vivos y por los difuntos, por los sanos y por los enfermos, por los niños, por los ancianos y por todos; y además, y especialmente, dada la gravedad de la catástrofe: solidaridad, una solidaridad efectiva y exigente, que no consiste sólo en dar algunas monedillas, aunque en último caso hasta esas pocas monedillas también hacen falta. Porque de lo mucho o de lo poco el que entiende es Dios que conoce la generosidad de nuestros corazones; y Él, si nuestro amor es verdadero multiplicará nuestra ayuda.

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