LA VERDAD ESCONDIDA

Cuando uno tiene los suficientes años se da cuenta de muchas cosas, entre ellas que llega la madurez y un inevitable recuerdo de las personas o momentos en que uno ha vivido con especial importancia, para bien o para mal. El pasado día 30 moría el doctor Bravo; hace un año su esposa, doña Cándida, y hace muchos años mi padre, el Doctor Relova. Me animo a escribir condicionado por las emociones, recuerdo y ejemplos que viví a través de estas personas. Cuando uno es joven no sabe apreciar del todo lo que tiene delante.
Doña Cándida Bosch fue de las primeras imágenes en mi vida y que guardo con una fidelidad extraordinaria en mi mente. Siempre me llamó la atención su rigor, sus convicciones y su extrema preocupación por la vida, pero lo más arrebatador de esta gran mujer era su sinceridad y su firme defensa de sus convicciones. Podía parecer una señora dura, y la verdad es que escondía una tierna afectividad por las personas y una sensibilidad por el arte envidiable, aspecto que a mí personalmente me marcó mucho.

La historia de las ciudades se construye con grandes personajes, pero hay otros, otras personalidades, que edifican por el bien de una ciudad sin tener que poseer cargos o responsabilidades o ser artistas. Doña Cándida y el doctor Bravo fueron ejemplares, con toda humildad, al servicio de los demás, y reconozco que ella daba un toque de exotismo a una ciudad en la que, en sus entrañas, se vivía una cultura de la amistad por encima de las cuestiones políticas.

Añoro el Ourense de mi niñez y mi juventud, donde artistas, médicos, políticos, profesionales e intelectuales convivían con respeto y diálogo enriquecedor, y lo más importante, no había discriminación social. Y este milagro sólo podía ocurrir en esta ciudad, en Ourense, gracias a personas como Cándida, como Cristino, y le ruego que me disculpen, como José Luis Relova. Personas humildes y geniales y que contribuyeron a una sociedad con referentes, ideales y pasión, mucha pasión por el ser humano.

Ahora el destino me ha hecho una jugada gloriosa, me toca compartir con María José Bravo en la corporación municipal de Vigo, me toca sentarme a su lado, los dos como concejales, y ella, sin querer, me hace ver continuamente lo mejor de sus padres: inteligencia, pasión, firmeza, compañerismo y una desbordante ilusión por contribuir, por crear una sociedad más justa, lejos de la confrontación. Gracias María José, a ti y a tus hermanos, por formar parte de mi particular memoria y por supuesto gracias a mis padres y a los tuyos, por dar luz a la verdad escondida.

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