Tribuna

Las raíces ourensanas de Carmen Martín Gaite | Que veinte años no es nada

Estatua en honor a la escritora Carmen Martín Gaite.
photo_camera Estatua en honor a la escritora Carmen Martín Gaite.
Ninguna costurera confecciona una prenda de vestir para guardarla en un armario

Para A. Perille

Echando la vista atrás, los años transcurridos habitan una suerte de costurero en que, junto a los hilos y agujas que servirán para enhebrarlos, puede hallarse algún recuerdo aislado o alguna retahíla de vivencias alojadas en el mismo cuarto de atrás donde realizamos esa labor. Nadie que haya leído a Carmen Martín Gaite puede pasar por alto la imagen de la literatura como oficio que entusiasma tanto a quien lo practica como a quien lo recibe. Ninguna costurera confecciona una prenda de vestir para guardarla en un armario, al igual que ningún sastre arregla traje alguno sin que su objetivo último sea que alguien pueda lucirlo y le siente bien. No es casualidad que compartan procedencia léxica texto y tejido.

Ser escritora significó para Carmiña, cuyas raíces ourensanas así proyectaron su nombre, pasar largas horas enhebrando palabras, enjaretando renglones hasta conseguir textos que llegarían a sus lectores como si todo ese largo proceso no hubiese transcurrido. No pensamos cuando adquirimos una camisa, un vestido o un pantalón en el tiempo invertido para su elaboración ni siquiera en su génesis más temprana. Cuando compramos un libro o lo tomamos prestado en una biblioteca simplemente lo leemos y lo asumimos como nuestro sin considerar el mundo propio necesario para concebirlo. Tal es la grandeza de los oficios que se realizan vocacionalmente, pues crean resultados duraderos a partir del conocimiento y la delicadeza de quien los cultiva y los aproxima a cada individuo como si fuesen realizados de manera exclusiva.

El oficio de Carmen Martín Gaite no solo consistió en el cultivo de la ficción, donde nos ha ofrecido historias cuyas protagonistas han ido siempre un paso por delante de lo esperable en el discurso canónico. Desde Entre visillos, novela que firmó con el seudónimo alusivo a su abuela alaricana Sofía Veloso y que le valió el Nadal en 1958, hasta su última e inacabada Los parentescos, hemos podido adentrarnos en argumentos que, desde la posguerra hasta el incipiente siglo XXI, buscaron la identidad, el conocimiento interior, a través de una pugna interminable entre tradición y libertad zurcidas en un tejido cuyos materiales han propiciado los paisajes de infancia (San Lorenzo de Piñor en primera línea), las herencias familiares o las conversaciones obtenidas en la calle junto a buenas dosis de imaginación.

Crece en su labor quien la acompaña de los aciertos y consejos de otros que han transitado caminos afines, en definitiva, quien aprende siempre. Martín Gaite ha publicado traducciones con las que se incorporó a nuestro panorama literario un caudal de obras desconocidas, de modos que han enriquecido el oficio de novelista. La atmósfera del neorrealismo italiano, la estética de la nueva novela francesa, los resquicios de la novela norteamericana, la influencia de los clásicos de la literatura victoriana, la reinterpretación de los cuentos infantiles, entre otras tantas referencias que podrían citarse, han conformado una red de referencias textuales junto a prólogos a las obras de sus contemporáneos del mediosiglo. Un diálogo que es el mayor acicate a nuestras letras producido en mucho tiempo.

Poeta y dramaturga como vértices también de su trayectoria, vierte la mirada más lúcida en su faceta de ensayista. A lo largo de su quehacer literario ha reflexionado sobre el hecho mismo de escribir, el poder de la narración, lo real y lo fantástico como quien diseña un patrón primero y lo extiende sobre la mesa para convertirlo en la vestimenta más adecuada. Ha puesto sobre el papel una extensa nómina de escritoras obviadas por el canon literario en un libro que resume su condición de conferenciante y escritora, Desde la ventana. A esa ventana se había asomado con la traducción a principios de los años 70 de la obra de Eva Figes, Actitudes patriarcales. Las mujeres en la sociedad. La investigación histórica nos ha dado obras magistrales sobre los usos amorosos del XVIII, de la posguerra, o sobre su permanente preocupación por la tarea literaria.

En fin, cuando han pasado veinte años de su muerte, parece que resuena aquella melodía de arrabal que sigue acortando distancias. Porque nada parece que ha pasado en tanto tiempo. Tanto tiempo es poco cuando el camino recorrido ha sido tan amplio. Hace treinta años empecé a leer a Carmen Martín Gaite de la mano de una moderna Caperucita que me enseñó Nueva York sin moverme de mi casa, de una niña que me llevó al lugar imaginario de Bergai para indicarme cómo habitar la soledad. Si vuelvo ahora la vista atrás, después de leerla tanto y de haber escrito mucho sobre ella, me abraza nuevamente la agradable sensación de que podré, como cualquiera que se acerque a su obra, fugarme siempre a mundos nuevos donde lo que uno viste siempre sienta bien.

Te puede interesar