Disfrazarse o cómo viajar de la residencia de Nuestra Señora de La Esperanza al Antiguo Egipto

Los 164 residentes de Nuestra Señora de La Esperanza, de la Fundación San Rosendo, elaboran pirámides de cartón y sus disfraces de egipcios para desfilar el próximo Martes de Entroido

Dos grandes pirámides fabricadas con cajas de pañales dan la bienvenida en la entrada de la residencia ourensana Nuestra Señora de la Esperanza, de la Fundación San Rosendo, donde 164 mayores llevan un mes elaborando disfraces ambientados en el Antiguo Egipto con los que desfilarán el próximo martes ante sus familias.

“Tienen diversas patologías y edades comprendidas entre los 40 y 104 años. Están muy ilusionados, como siempre que va a llegar una fiesta. Les ayuda a realizarse y a convivir, hacen manualidades y tienen otra alegría que los aleja de la rutina del día a día”, asegura la directora del centro, María Aranzazu Crespo.

Residentes y trabajadores llevan ya un mes trabajando en los talleres de Entroido, que comenzaron justo después de Navidad. “Son moi importantes para eles porque traballan a psicomotricidade fina e a estimulación cognitiva. Están moi contentos porque xa queren ver o disfraz, que vai ser de egipcio. Tamén están facendo máscaras de Entroido que imos pegar por toda a residencia”, explica Alba Justo, la educadora social. 

El martes de Entroido harán un desfile, al que acudirán muchos familiares y celebrarán una fiesta con baile y comida. “Encántame os talleres; colaboro con todo, especialmente co debuxo”, señala María Felicitas Gutiérrez, una vecina de Vistahermosa, de 77 años, que lleva dos años viviendo en la residencia. “Quedeime viuva con 40 anos e catro fillos. Servía nas casas. Logo morreume unha filla de 23 anos”, dice esta mujer, para quien lo mejor del centro es la gente, “porque su comportamiento es muy bueno”, señala.

 Además de fabricar pirámides y disfraces de egipcio, también elaboran máscaras tradicionales para adornar las paredes. “Estamos facendo máscaras do Entroido e gústame moito; a miña filla vai vir ó desfile”, afirma Elvira Fernández, de 92 años, que lleva tres meses en la residencia. Define su vida anterior como dura, ya que se le murieron cinco hijos y solo le quedan dos hijas que la van a ver con frecuencia. “Eu son de Larouco, teño alí a miña casa e hai moita xuventude”, dice.

Entre los residentes más jóvenes está Santiago Gallego, de 55 años, que lleva dos años en el centro. “Me dedicaba a la hostelería; tenía un negocio de bocadillos, pero me dio un ictus y acabé aquí”, recuerda este vigués. Lo que más le gusta de la residencia es su amplitud, que tiene un jardincito y la gente es muy cariñosa, amable y educada. “He hecho amigos entre los cuidadores y residentes, y alguno ya se fue”, lamenta.

 Manuel Pousada, de 81 años, confiesa que le gusta salir a tomar un cafelito. Está en La Esperanza porque a su esposa, María Ángeles, le dio un ictus. “Cuando era joven nos poníamos lo más viejo de la casa y nos tapábamos la cara por carnaval”, recuerda este vecino de Castrelo de Miño, que emigró a Suiza durante 28 años después de que una granizada estropeara la vendimia. “Allí me casé y tuve dos hijos y tres trabajos. Aquí dejé a mi madre y mi hermana, a las que les enviaba ayuda para sostenerse”, rememora este anciano que se emociona en la despedida. 

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