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No es nada personal Sonny, sólo negocios

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photo_camera Imagen de la película Al Pacino.

Con el paso de los años, esta frase ha sido utilizada una y otra vez para recordar la necesidad de mantener separado lo personal de lo profesional

Con esta ya famosa frase de El Padrino, Michael Corleone (encarnado por un magistral Al Pacino) intentaba justificar ante su hermano Sonny la necesidad de asesinar a un policía corrupto que se interponía en los asuntos de la familia. Da igual quién sea la persona implicada, parece decir, tenemos que tomar las medidas que consideremos oportunas por el bien del negocio.

Con el paso de los años, esta frase ha sido utilizada una y otra vez para recordar la necesidad de mantener separado lo personal de lo profesional, intentando que decisiones duras en lo segundo no afecten al terreno de lo primero. Pero como el propio Michael tendría que reconocer después (más avanzada la película), existen ámbitos en los que parece que “todo es personal”. Y cualquier medida que queramos tomar, debemos pensarla con sumo cuidado, por las implicaciones que pudiera conllevar.

Los hijos, por ejemplo, son uno de esos ámbitos especialmente sensibles. ¿Quién no ha sufrido a un profesor injusto que “suspende” arbitrariamente a nuestro aplicado vástago, o a un entrenador incapaz, que no ve las cualidades atléticas de nuestro niño? Sí, en estos casos, nuestras reacciones pueden ser algo desproporcionadas…

¿Y a qué viene todo este sermón? Pues a que en el mundo de los emprendedores la relación entre los socios suele ser también un aspecto muy sensible. No sólo porque suponga una de las fuentes más habituales de conflicto, sino porque cualquier discrepancia puede llevar al traste con años de relación.

Y es que, seamos sinceros, tu empresa, esa que has fundado con sudor y tiempo, esa que no te deja dormir por las noches, esa por la que llevas tanto tiempo peleando para no cerrar, esa, no deja de ser un hijo más.

Y para ejemplo un botón. Hace relativamente poco tiempo, una buena amiga me confesaba que había roto una relación de muchos años con otra amiga como consecuencia de discrepancias con un socio común. Los dos socios habían convencido a esta amiga para incorporarse a un proyecto nuevo, innovador y arriesgado. Pero un tiempo después, cuando la cosa empezaba a ir bien, lo que habían sido buenas intenciones y promesas se convirtieron en “bueno ya veremos” y “no me refería exactamente a eso”. Consecuencia: ruptura de la sociedad… y de una larga amistad.

¿Solución? Otro buen amigo suele decir que el mejor número de socios para poner en marcha un negocio es impar y menor de tres… Sí. Es la mejor manera de no tener problemas con socios, ni discutir con nadie.

Pero casi todas las estadísticas contradicen esta teoría (bueno, y la experiencia personal de este amigo, porque nunca ha emprendido nada sólo, y lleva unas cuantas empresas fundadas…), por cuanto la media de socios de una iniciativa emprendedora se sitúa entre las 2 y 3 personas1. Y no es sólo una cuestión estadística, sino una recomendación de muchos expertos: siempre es bueno contar con alguien más en cualquier aventura emprendedora.

Una razón evidente es que a día de hoy no existen los hombres orquesta (o si existen, venden pocos discos, la verdad), y cualesquiera que sean tus fortalezas, seguro que las cualidades de otros que te complementen te ayudarán a crear un conjunto más capaz y eficiente. No es cuestión de si eres o no eres capaz de hacerlo todo tu sólo, ni de que no tengas las cualidades necesarias, sino de asumir que todos tenemos nuestras carencias, y seguro que existe ahí fuera alguien con un perfil diferente, complementario, que te ayudará en ciertas tareas en las que no eres tan especial.

Y qué decir de la tensión que produce la permanente toma de decisiones en una empresa. El vértigo que provoca saber que tu futuro económico, y el de otras personas que trabajan contigo, depende de las soluciones que implementes.

Un estudio reciente de la Harvard Business Review (en febrero de 2012) confirmaba que el sentimiento más duro y habitual entre los directores generales de cualquier empresa es la soledad en la toma de decisiones. Haciendo especial mella entre aquellos que eran nuevos en esa faceta de responsable último de la compañía.

Así pues, disponer de un socio (cualesquiera que sea la relación jurídica con él o ella) con el cual compartir y consensuar las medidas a implementar puede reducir esa sensación de soledad, y el estrés que las inevitables dudas puede conllevar. Pero entonces volvemos al principio de la conversación, ¿cómo evitar pues los conflictos?

Pues como en cualquier pareja: hablando y siendo honesto en las propuestas. O poniendo por escrito aquello que creamos necesario para regular convenientemente esta relación con anterioridad. A nadie extraña ya hoy en día firmar un acuerdo prematrimonial que deje claro el reparto en caso de separación. Pues probablemente lo primero que habría que hacer es firmar ese “acuerdo pre… empresarial.

Aunque puede ser incómodo, es mejor sonrojarse cuando todavía no hay ningún problema y poner por escrito los límites que ninguno de los socios quiere pasar. Cómo se fijarán los salarios, quién hará qué, qué no quiere hacer cada uno… Sí, es duro, pero ese buen ánimo y “amistad inquebrantable” suele zozobrar cuando afloran las pérdidas… o las ganancias, no crean. Es mejor poner negro sobre blanco lo que cada uno ofrece y se puede esperar de él, antes de que el devenir de “nuestro niño” nos haga romper una buena amistad.

¿Qué le da vergüenza proponer eso ahora? Pues nada, nada, déjelo para cuando haga falta… pero recuerde: son sólo negocios...

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