Los herederos de la tierra

La primera víctima de la despoblación del rural gallego es el campo. Cada vez hay menos agricultores y de los que hay en activo, más del cincuenta por ciento han sobrepasado los 65 años. Los altos costes derivados de la subida de la energía, los bajos márgenes, cuando no tienen que vender por debajo del coste de explotación y un verano que ha mermado prácticamente todas las cosechas han hecho cundir el desánimo en un sector que si utiliza la vía de escape de la jubilación, deja convertida la agricultura gallega en un páramo, ante la falta de relevo generacional suficiente. Sin embargo, el campo atrae a algunos jóvenes, que se sienten cómodos en esta actividad tan importante para el conjunto de la sociedad. Son los herederos de la tierra. Algunos han llegado por relevo generacional, otros, dejando atrás una actividad profesional en el mundo urbano. Hemos hablado con algunos y nos cuentan su experiencia y nos dan la clave de la situación. El sector vitivinícola está llamado a ser una de las locomotoras económicas de la Galicia rural. Sin embargo, es víctima de la falta de relevo generacional. El Ribeiro, la región histórica por excelencia del sector es un buen ejemplo de ello. Tres de cada cuatro viticultores que formaban parte de su consejo regulador a principios de la década pasada han cesado su actividad y la superficie cultivada se ha reducido en más de un cincuenta por ciento. La reposición de efectivos lleva años siendo deficitaria y los jóvenes viticultores siguen siendo la excepción. “Y es lógico”, explica Alejandro Montero, “porque nuestros mayores, sobre todo la generación de nuestros abuelos, trabajaron duramente con el objetivo de que sus hijos y nietos estudiasen y encontrasen una vida mejor fuera del campo. Querían que fuésemos médicos, abogados, cualquier tipo de profesión que nos alejase de la vida que pasaron ellos”. Alejandro tiene treinta años. Estudió ADE y vivió el mundo del vino desde pequeño. “No estaba entre mis planes la viticultura. Pero por otro lado, me gustaba ayudar en las labores de la viña y la bodega, ya desde niño. Creo que la decisión definitiva vino tras unas prácticas en el Consejo Regulador del Ribeiro”. Alejandro empezó a colaborar con su padre, el bodeguero Antonio Montero, en la parte comercial y de exportación, asistiendo a ferias nacionales e internacionales y hablando con exportadores y distribuidores, con poco más de veinte años. Ahora está implicado en todo el proceso, desde la viña a la comercialización y está poniendo en marcha su propio proyecto como viticultor. “Los vinos se venden, tienen tirón y eso debería servir para que un joven pudiese vivir como viticultor, como sucede en Francia donde es una profesión muy considerada. Pero hace falta reestructurar el viñedo, que tenga suficiente dimensión para que una explotación sea rentable, romper con el minifundio”. Sin salir del municipio en el que están vendimiando Alejandro y Antonio Montero, encontramos a Jorge Alonso y Dori Rodríguez. Dejaron su trabajo de ingenieros industriales hace seis años para establecerse como colleiteiros en Castrelo de Miño. Empezaron con su bodega, Celme, hace seis años. La pareja ya es una familia, con hijos nacidos en el Ribeiro, que se siente orgullosa de una actividad por la que sienten una gran pasión y que sin duda trasmitirán a la siguiente generación. La comarca con más altos niveles de relevo generacional es A Limia. Servando Álvarez, director del Centro de Desenvolvemento Agrogandeiro del INORDE, calcula que en los últimos tiempos se han incorporado algo más de cuarenta jóvenes a la agricultura en A Limia. “Aún así, la tasa sigue siendo insuficiente”, aclara. Amador Saborido (Xinzo, 1981), tomó el relevo a su padre con 25 años, en 2006. Patatas, maíz, trigo y cebada son sus principales cultivos en las 54 hectáreas que trabaja, mitad alquiladas, mitad propias. Agricultor vocacional, no se planteó otras alternativas laborales, ya que el campo fue algo que vivió desde la infancia. “Es un trabajo duro, te tiene que gustar. Hay días que comienzo a las siete de la mañana y no acabo hasta las diez de la noche”. Sin embargo, vive esta actividad con auténtica pasión, aunque reconoce que atraer a jóvenes a este mundo es una tarea difícil. “Demasiadas complicaciones burocráticas. La Administración no lo pone fácil”, advierte, “y a ello hay que sumar cuestiones como la falta de tierras, la subida de los costes, la falta de personal para trabajar…” La cosecha de este año no es para tirar cohetes. “La sequía y la ola de calor han mermado mucho la producción. Además de tener menos cantidad, la patata es más pequeña, por hablar de uno de los cultivos más importantes en A Limia. Habrá agricultores que se las van a ver y desear para cubrir los gastos”. Amador explica que uno de los problemas son los contratos previos con almacenes. Por un lado, aseguran la venta. Pero si el rendimiento se ve reducido, como es el caso de esta cosecha, los precios contratados a priori no cubrirán los gastos. Rubén Rodríguez Gómez (Xinzo, 1991) empezó con nueve años a ayudar a su padre en las labores del campo. Ingeniero agrónomo, completó su formación con un ciclo de FP en Gestión de Empresas Agropecuarias. Se ocupa de la gestión administrativa de la explotación paterna y tiene su propio proyecto. Entre ambos suman 44 hectáreas de cultivo, la mayoría alquiladas. Comenzaron con patatas y cereal pero él ha incorporado al catálogo de cultivos las hortalizas y es uno de los pocos casos que existen en Galicia en el que desarrolla cultivo hidropónico, en un invernadero de 1.600 metros cuadrados en el que el substrato sobre el que crecen sus vegetales es agua con fertilizante. “En hidropónico cultivo lechuga, tomate, pimiento y en invierno, nabizas, judías, acelgas, guisantes y tirabeques. En hidropónico puedes hacer cualquier tipo de cultivo y aunque parezca paradójico, porque cultivas sobre agua, en circuito cerrado, es el sistema en el que menos agua se consume y también menos abono, porque las plantas toman justo lo que necesitan y como lo tienen a libre disposición, crecen antes. En general da hortalizas y vegetales con mejor aspecto, son más jugosos, y tienen un abonado muy equilibrado, con menos riesgos de plagas.” Rubén se siente cómodo como agricultor. “En mi caso, yo cubro todo el ciclo, no solo el cultivo, pues me ocupo de todo el proceso hasta llegar al consumidor final. Para mí esa es la clave de que la agricultura sea una actividad rentable y satisfactoria”, asegura. “Llevo mis productos directamente del campo a fruterías, algún almacén de frutas, tengo una tienda propia y clientes particulares, que también me compran”. Rubén vende en Ourense y provincia y de manera puntual en la de Pontevedra, sobre todo en Vigo. Reconoce que la logística y, sobre todo el transporte, encarece mucho el precio de patatas y demás productos del campo, “pero creo que la sociedad debería hacer un esfuerzo por apoyar a sus vecinos agricultores, al campo que tiene más próximo, que es el que siempre va a responder cuando lo necesite”. Víctor y José Manuel Cabido son dos hermanos a los que les crecieron los dientes ayudando a su padre en las labores del campo, en Xunqueira de Ambía, el municipio que tiene más tierra en la que era la antigua laguna de Antela. Víctor estudió empresariales e hizo un master en Marketing y José Manuel, Ingeniería agraria. Ambos tenían claro que iban a seguir con el proyecto familiar “aunque los estudios siempre te permiten tener un plan B por si acaso”. Tomaron el relevo con poco más de veinte años y crearon una sociedad antes de la pandemia. De las casi setenta hectáreas un treinta por ciento son propiedad y el resto, están en régimen de alquiler. Cultivan patata y trigo. “En patatas trabajamos la Kénebec y Agria y en trigo el Caaveiro, que está amparado por la IGP Pan de Galicia y trigo para pienso”. En huerta tienen plantada cebolla y para rotación con el cereal hacen cultivo de colza. En opinión de Víctor Cabido, la huerta es la gran oportunidad para el campo, por su rentabilidad, pero se enfrenta a un problema con difícil solución. “Donde más se nota la falta de relevo generacional no es en la propiedad o la gestión de la tierra, sino en el trabajo. Hay actividades, como la huerta o la recogida de la patata Kénebec, que es especialmente delicada, que necesita un trabajo manual, pero no existe personal ni gallego ni español. Y no porque estén explotados; tienen su jornada de ocho horas, su salario y Seguridad Social. Ese es el gran drama del campo hoy y solo se resuelve con trabajadores extranjeros que se asienten aquí.”