La polémica por la reciente gira europea del presidente iraní Hasan Rohani y ha avivado el debate sobre el respeto por las costumbres gastronómicas musulmanas.
Si el presidente de Irán visitase Galicia, cuyo santo patron es Santiago Matamoros, tendría que abstenerse de comer callos, cocido y prácticamente todos los grandes platos de la cocina tradicional de invierno. Pero podría ser peor: si el invitado de honor fuese Reuven Rivlin, presidente de Israel, tendría vetado comer pulpo á feira, chocos en su tinta, mejillones en escabeche o lamprea al estilo de Arbo.
Porque, además de las mismas restricciones que padecen los musulmanes en cuanto al tipo de carne, tienen prohibido tomar cualquier animal marino salvo que posea aleta y escama, dejando fuera todos los mariscos, cefalópodos, anguilas, lampreas y el peixe sapo. Además han de observar la incompatibilidad de simultanear lácteos y carne en una misma comida. Así que fuera de los postres, las cremas con base de leche, nata, yogurt, la tarta de queso y de las salsas que acompañan los platos.
¿Cómo vivían musulmanes y judíos en la Galicia que era gobernada bajo la intolerancia de la Inquisición? Disimulando su dieta ligera de ácido úrico y colesterol. Cuentan que la matanza del cerdo se convirtió en una fiesta de exaltación religiosa. Y cuentan también que mientras los cristianos ahumaban sus chorizos, morcillas y botelos al calor de la lareira, los judíos hacían lo propio pero con embutidos elaborados con carne de ave y de cordero. De aquellos chorizos impostores son herederos la alheira y el chorizo de calabraza que todavía elaboran nuestros vecinos de Tras-os-montes. Si atenemos al censo del planeta y sus costumbres alimenticias, más de la mitad de los 7.400 millones de humanos no entran en el perfil de animal omnívoro que nos define. 3.500 millones por razones religiosas y mil millones más, por falta de alimentos.
