La Revista

René Groebli, el amor, un paisaje

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photo_camera Foto: “The eye of love”, 1953. Autor: René Groebli.

Sobre el amor se han escrito montañas de relatos con la pincelada memoriosa, que no fiel, de un impresionista.

El amor, territorio peligroso como un campo minado, dulce como la miel, necesario como la vida. Cursi, es la piel que toca. Sobre el amor se han escrito montañas de relatos con la pincelada memoriosa, que no fiel, de un impresionista. Poemas que lo condensan como gotas de agua al calor de una pareja encendida. Ocurrió ayer y ocurrirá mañana, este paisaje será siempre protagonista. 
Era 1953, un hotel de París, lleno de desconchados y el crujir sonoro de unas camas que soñaban sin descanso. René Groebli (Zurich, 1927) se paseaba intenso por la alquimia del instante, agazapado tras su señora como un matrimonio recién casado, que no lo eran.

En realidad toda aquella pantomima amorosa era una liturgia aplazada que le debía a Rita, mujer menuda entre trazos orientales y delicadeza parisina. Rita se deja como si supiera que todo aquello era el mejor regalo que podía soñar, un detalle visual para la eternidad, la envidia de innumerables ojos en busca de la poesía del instante. Lección de vida la del fotógrafo suizo, a la altura de los dioses del Partenón griego con la mirada instalada entre sábanas que se modulaban sobre el horizonte como si fueran simas resecas de tanto uso entre apéndices en una orografía entre doméstica y ormanentos distinguidos. 


Rita se acicala ante el espejo con la mirada ensortijada del momento, no hay prisa, ni preámbulos, todo es parte de un ritual preso de emociones y sentimientos, donde la mirada erótica es golpeada por la plenitud de la vida. El amor y el sexo necesitan tiempo, prólogos intensos que dulcifiquen el instinto animal, nadie sobe esta tierra ha dedicado más actitud a esos momentos, sin distingos entre el antes y el después, como si la luna de miel vivida fuera eterna. Elegante, poético, mayúsculo de sentimiento, nunca un ensayo fotográfico haría tanta miga, es como si todo aquel tiempo vivido se pudiera detener, como si la representación del momento vivido fuera una puesta en escena sobre el suelo de un hotel en la ciudad de París.

Noches de vino y rosas, de alquimia amorosa que estaban creando escuela, con maestría, a lo Werner Bischof, o Robert Frank, universales suizos de mirada invencible. 
Remito, todos los enamorados desearíamos regalos así, aunque hubiera que esperar toda la vida. 

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