Historias de un sentimental

Amor en la subida a Montealegre en el Estado de excepción de 1969

photo_camera El cuartel en la zona de subida a Montealegre.

En enero de 1969, el Consejo de Ministros, presidido por Franco, decretó el establecimiento durante tres meses del Estado de Excepción, lo que supuso dejar en suspenso las ya pocas libertades esenciales que teóricamente teníamos los españoles, los derechos de residencia, expresión, reunión, asociación y sobre detenciones y registros, todos ellos más teóricos que reales en la práctica cotidiana. Se recuperó la censura previa a todos los impresos, que estuvo vigente desde 1938 hasta la entrada en vigor el 9 de abril de 1966 de la Ley de Prensa e Imprenta, cuyo artículo 2 permitía el ejercicio de la crítica política, con “el debido respeto”, o sea, nada. El origen de todo ello fue la agitación universitaria desatada en Madrid, tras el asesinato de un estudiante. Y como de costumbre, el régimen acusó a la conspiración judeomasónica y comunista estar agitando todo.

En Ourense, como en otras guarniciones militares, aquella situación provocó que se tomaran medidas extraordinarias. En este caso, además de la guardia y el refuerzo, en el Cuartel de San Francisco, sede del Regimiento de Infantería Zamora 8, se dispuso que al anochecer saliera alrededor del cuartel y en las zonas aledañas una patrulla formada por cuatro soldados, dos cabos y un cabo primero o sargento, que divida en dos secciones, con el arma montada y orden de fuego ante cualquier duda en el perímetro a vigilar.

En la zona de la subida a Montealegre había una taberna que solía cerrar tarde, por lo que nos vino muy bien que estuviera abierta para alternar el patrullaje para pasar allí un rato, por lo que, al acudir otros parroquianos, llegó a estar abierta gran parte de la misma madrugada.

En una ocasión en que me tocó mandar la patrulla, ocurrió un curioso episodio. Subíamos por el lateral del cuartel por la zona que se accede a Montelegre y que correspondía a la entrada por el campo de Aragón y la zona de cuadras, cuando, en medio de la oscuridad escuchamos un extraño ruido y vimos a unas personas recostadas en aquella zona en actitud que, en principio nos pareció sospechosa, por lo que nos acercamos con las armas listas para abrir fuego preventivo si fuera necesario. Cuando estábamos más cerca nos dimos cuenta de que era una pareja de jóvenes, chico y chica, que hacían el amor con animada pasión. O sea, que estaban echando un casquete o connubio civil.

Al vernos llegar, el chaval se puso blanco y cesó su animada agitación, mientras la chica, más tranquila, se recomponía con más calma y sosiego. El chico estaba aterrado. La chica, tranquila.

Ordené a mis compañeros quedar a distancia y me adelanté para tranquilizarnos, pedir disculpas por la interrupción, explicar el motivo de nuestra presencia allí y tratar de que se calmaran del susto. Sólo la chica dijo algo. De todos modos, como prueba de buena voluntad les dije que cuando terminaran les dejábamos pagados unos cafés o lo que quisieran en la famosa taberna a la que aludo antes, como modo de desagravio por haber interrumpido su comunicación.

Este establecimiento tenía mucha relación con el cuartel, ya que, a través de la zona de las academias, teníamos un cesto y una cuerda con la que se realizaba el comercio de provisiones con el citado bar. Bajábamos la artesana cesta, con el dinero y nos subían unos deliciosos bocadillos de queso con membrillo o chorizo. De modo que avisamos que si aparecía por allí una pareja les sirvieran lo que gustaran, que nosotros invitábamos. Ya entrada la madrugada, volvimos por la taberna a ver si los novios pasaran por allí. Y lo habían hecho, pero en lugar de dejarse invitar, fueron ellos los que nos dejaron pagados unos cafés, con una nota de la chica que decía “muchas gracias, soldados”. No sé si existe la taberna todavía, pero conservo este recuerdo grato de aquella subida al Montealegre de mis tiempos de soldado. Hace muchos años que no paso por allí, pero tengo ganas de ver cómo está aquello.

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