De O Barco a Ourense: un viaje de dos horas en furgoneta

El accidentado viaje en furgoneta a Ourense desde O Barco.
photo_camera El accidentado viaje en furgoneta a Ourense desde O Barco.
El pasado sábado, la concesionaria de la línea fletó una furgoneta para viajar a la capital. Se trata de una muestra más de desidia con Valdeorras que llegó a poner en peligro a los usuarios y que revive la nostalgia por el tren en el oriente de la provincia

En la estación de O Barco, un grupo de pasajeros espera un autobús para viajar a Ourense en la tarde del 7 de enero. A algunos el billete le costará 8,65 euros; a quien tenga la tarjeta de la Xunta, 3,90. Pero no aparece ningún autobús. La empresa que da el servicio, Autocares Sánchez, fleta una furgoneta de 16 plazas.

El tamaño del vehículo es tan reducido que carece de bodega para los equipajes, así que en el vehículo conviven maletas y usuarios. El infrabús sale, hacia la capital y de esta guisa, de la tercera comarca más poblada de la provincia.

En una de las primeras paradas se sube un viajero corpulento que se ve obligado a ocupar parte del pasillo. El asiento es tan estrecho que no cabe. “Si se montan 17 en A Rúa a ver qué hacen”, ironiza el nuevo pasajero antes de soltar un improperio. Todo ello, mientras el infrabús padece los numerosos baches que salpican la carretera N-120. La furgoneta rebota, y con ella, los pasajeros.

La “mortadelesca” expedición llega a la estación de autobuses de Monforte. El chófer le cede el testigo a un compañero, que calcula la gente que espera en la dársena y el aforo disponible. Al principio no le salen las cuentas: “Estamos buenos”, se lamenta. Una señora que viaja en la primera fila protesta porque no quiere quitar la maleta del asiento contiguo: “Si tengo que quitar mi equipaje para poner el de otro, menuda gracia”.

Al final, las plazas son exactas y consigue subir todo el mundo. “Cómo vamos aquí atrás”, protesta Antía, una joven que viaja a la capital. En la furgoneta viajan catorce personas con sus respectivos equipajes. El precio, apiñarse como sardinas y levantar torres de maletas en los asientos libres; uno de ellos, el del copiloto.

La furgoneta cruza el alto da Guítara y empieza a bajar hacia Os Peares, un tramo caracterizado por sus curvas cerradas y peligrosas. Más aún, con el chaparrón que cae. La fuerza centrífuga hace su trabajo en una curva a derechas y una de las maletas del asiento del copiloto se desliza hacia el conductor.

El chófer, con buenos reflejos, evita ser aplastado. Un silencio tenso secuestra al pasaje. “Vete despacio, que se te cae la maleta”, le dice preocupada la pasajera de delante. “Ya, ya voy despacio”, replica él mientras sostiene la maleta con su brazo derecho. La furgoneta baja guiada solamente por su mano izquierda. “Dios, la mano en las maletas”, se escandaliza Antía.

Y la tecnología brilla por su ausencia. Cuando el microbús sale de la N-120 por Velle, con dirección a As Lagoas, se encuentra con un stop. “¿Me puedes mirar por ahí, que no veo?”, pide el conductor.

La furgoneta no se emplea siempre para cubrir la línea. Se suelen utilizar microbuses algo más grandes o un autobús mediano. Son relativamente más cómodos, porque por lo menos tienen bodega. A pesar de todo, están lejos de la comodidad de otras líneas, como las que comunican Ourense con Vigo o Lalín y Santiago. También están lejos de otros medios de transporte, aunque las frecuencias del autobús a la ciudad son tres, mientras que las del tren son solo dos. Al acabar la odisea, Antía resume el lamento de muchos valdeorreses ante la falta de frecuencias: “Queremos tren, y tren bien”.

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