Historias de un sentimental

Los catalanes que vinieron forzados a Ourense y su afecto por la ciudad

Cuando retornaban los catalanes.
photo_camera Cuando retornaban los catalanes.

A lo largo de los años, las páginas de “La Región” se vinieron haciendo eco de la visita de los catalanes que en su día fueron forzados a repetir el servicio militar en nuestra ciudad, a la que regresaban con sus familias y se reunían de nuevo para mostrar su agradecimiento y afecto por Ourense y sus gentes. Ignoro si todavía lo hacen, porque el avance inexorable de los años habrá ido clareando las filas de aquellos muchachos que dejaron tan buen recuerdo entre nosotros. Hay dos grandes oleadas de catalanes en Galicia: la primera es la de los industriales, armadores y luego conserveros, que arriban a partir del siglo XVIII y que se establecieron en las rías de Pontevedra y Vigo, y una segunda, menos conocida y más reciente, esta vez forzada y consecuencia de la guerra civil. Se trata de los soldados del Ejército Popular a quienes Franco obligó a repetir el servicio militar, en casos hasta durante cinco años, en los lugares más alejados de Cataluña. En Galicia, muchos de estos muchachos fueron enviados a Ourense, cosa que pude comprobar personalmente en los archivos del Regimiento de Infantería Zamora 8, donde serví. Los catalanes fueran enviados, antes de estar aquí el Zamora 8, a los Regimientos 55 y 88. Cuando venían, años después, siempre visitaban el Cuartel de San Francisco, y entregaban un recuerdo al gobernador militar y al coronel del Regimiento de Infantería Zamora 8.

Muchos de aquellos soldados se establecieron aquí por el camino de echarse novia y formar una familia. Es conocido que por su empuje e iniciativa introdujeron en Ourense deportes que no se practicaban entonces. Como eran gentes laboriosas y con iniciativa, pronto, muchos de ellos, se hicieron representantes de comercio de firmas establecidas en Cataluña y pasaron a ser uno más.

Con respecto al otro contingente, los que se dedicaron a la pesca y a la conserva, quien me iba a decir a mí que acabaría emparentado con ellos. El segundo apellido de mis hijos es Puig, ya que los antepasados de mi mujer, de Bueu, proceden de Blanes y todos ellos se dedicaron a la conserva en aquella zona. Tenían aquellos catalanes de esta otra oleada, anterior a los que recalaron forzosamente en Ourense, curiosas tradiciones. Hace unos años, con motivo del fallecimiento del suegro de un querido amigo, conocido abogado de Vigo, me llamó para pedir que lo pusiera en contacto con el miembro de la familia de mi mujer, de mayor edad, dado que era preciso su permiso para la inhumación de su pariente en uno de los panteones de las familias catalanas en el cementerio vigués de Pereiró, donde conservan tan espectaculares mausoleos. El caso es que mi mujer desciende de Frances Puig, uno de aquellos pioneros. Lo curioso de esta historia, es que los sucesivos herederos del panteón dejaron un mandato, que los servicios funerarios del Ayuntamiento de Vigo respetaban, de que fuera precisa, para se pudiera alojar a un nuevo fallecido en aquella propiedad, la autorización de la persona de la dicha familia de más edad que viviera, por lo que tuvimos que localizar a una tía abuela de mi mujer que realizó el trámite por escrito, si bien ni ella misma sabía que era depositaria de tal privilegio.

Los catalanes de Ourense eran de otro perfil, gentes más sencillas, aquellos jóvenes que hicieron la guerra donde les tocó, en el Ejército Popular de la República. Realmente, por ello, fueron objeto de una cruel persecución, obligándolos a repetir el servicio militar varios años, en los lugares más alejados de sus pueblos de origen. Muchas veces he pensado a quién se le ocurriría tan duro castigo, pues no tenían otra culpa. Pero los que fueron enviados a Ourense hallaron pronto en esta ciudad afecto y acogimiento, propio del modo de ser ourensano, de modo que se consideraron vinculados para siempre a nuestra ciudad y a sus gentes. En mi época en la radio conocí a alguno de ellos y años después, en Barcelona, al hijo de otro de estos catalanes, ya fallecido, que me contó el afecto y el agradecimiento de su padre hacia una ciudad donde el amargo destierro se convirtió en una agradable estancia, hasta el punto de querer volver de vez en cuanto, como durante tantos años hicieron aquellos señores con sus familias para dejar constancia de que no olvidaban su juventud aquí.

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