CRÓNICA

Coronavirus en Ourense | Día 3: aquí nadie compra una tarta de cumpleaños

Colas en un supermercado (MARTIÑO PINAL).
photo_camera Colas en un supermercado (MARTIÑO PINAL).
Colas en tiendas y farmacias. Imposible una charla frívola. 

Día 3. Es lunes por la mañana y por primera vez en esta cuarentena voy al supermercado. Fuera no hay nadie. El suelo está lleno de rayas pintadas, para organizar una cola ahora mismo inexistente. Bajas las escaleras sin saber qué te vas a encontrar y acabas pensando en "The Walking Dead". Al fondo van surgiendo varios carros llenos y muchas mascarillas en clientes y en los rostros de todos los trabajadores. Hay algún estante vacío y cierta resignación.

La gente deambula entre los pasillos. De lejos se aprecia en el súper un aire de normalidad que al acercarse se revela falso: un hombre elige un rioja con seis bandejas de carne en su mano. Otro, de unos 80 años, titubea un momento y se agarra cinco bandejas de palmeritas. Se aleja con cara de pillo. Sigo un momento a un tercero: agarra dos botellas de tónica, una de cocacola y cuatro de claras de huevo. Las compras son epilépticas. Muchos clientes llevan guantes. De látex, de plástico, de los del pan. De fregar. Otro conduce el carrito con las mangas de su jersey de lana. 

"Papel higiénico", se susurra una pareja. Los sigo desde una cierta distancia hasta ese lineal. Por supuesto, está vacío. Se llevan un pack de servilletas como premio de consolación. En unos cinco minutos desfilan por esta zona una decena de clientes, que arramplan con lo que pueden: papel de cocina, kleenex, servilletas... como esto siga así, se agotarán hasta las bayetas. Unos pasos más allá, hay un estante lleno: las caralladas para organizar un cumpleaños infantil. Velas, manteles de papel, vasos de cartón de colores. Justo enfrente están los platos, vasos y tenedores de plástico. También al completo. En Ourense ya no se organizan cumpleaños –ni picnics ni botellones–. Ahí está también la gran y repleta nevera llena de tartas. Espero ahí cinco minutos, la gente pasa a su lado sin mirarlas. En cambio, las estanterías del pan están desnudas. Una mujer se acerca para pedirme que le coja el último pan bimbo. Viene de vuelta tras intentar cazar una barra y se nota que no es nada habitual del pan de molde. "Mientras pasa, algo hay que comer", se disculpa mientras sonríe a la vez que trata de taparse la boca con un chal. 

"Esto pasará"

Por el hilo del supermercado se escucha una voz pidiendo que se eviten las compras compulsivas. "Esto pasará", remata la voz en una ensoñación que puede recordar si se intenta una pizca a "1984". En la sección de frutería hay cuatro personas mirando las manzanas mientras imaginan su nevera. A  su lado, una mujer soba unos kiwis con las manos. Ni una pandemia hace que la gente use guantes para tocar la fruta. 

Lo que sí parece que ha conseguido este virus es frenar los escupitajos a la acera: en la calle, me cruzo en apenas trescientos metros con dos hombres que, tras carraspear a conciencia, se lo piensan mejor y frenan en la última curva. El segundo lleva buen ritmo. Va directo a la cola de otro supermercado. Se cruza con una mujer que lleva bajo sus brazos seis paquetes de seis rollos de papel higiénico. Es un Gadis y frente a él esperan, disciplinadamente, 14 personas para entrar. Un poco más allá, en una farmacia 12 clientes aguardan fuera su turno. Son todavía las once de la mañana. Me acoplo a la cola del supermercado. Tres personas están hablando con solvencia de las fronteras europeas y de qué habría que hacer con Francia y Portugal. Es imposible escuchar una conversación frívola en estas excursiones por la calle. Solo hay un tema. En paralelo, un tipo sale del Gadis y se sienta en un banco. Se escucha el "prrrrrr" de la lata. Verlo tomar la cerveza así, a estas alturas del confinamiento, es casi rock'n roll. 

De vuelta encuentras a varias personas en su camino de retorno a su casa. Se nota perfectamente que están llegando a su portal: llegado el momento, todas aceleran un pelín el paso mientras estiran con gesto de triunfo la mano con las llaves. Ya es un día menos.

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