CRÓNICA

Día 2: lo invisible se hace visible en Ourense

La calle del Progreso, sin gente (JOSÉ PAZ).
photo_camera La calle del Progreso, sin gente (JOSÉ PAZ).
En el centro de la ciudad sorprende el silencio. Solo se escuchan conversaciones por teléfono. Apenas se ven tres o cuatro parejas.

Es el día dos. Salir a la calle –que sin duda, ha ganado en emoción– empieza a parecerse a volver de salir a las nueve de la mañana, pero al revés. Cruzas el portal y no hay nadie. Avanzas por la acera y te acabas encontrando con gente que regresa a casa. Llevan pan, perros, revistas, empanadas, pasteles, una tarta, periódicos. Ronda la una de la tarde, y en el kiosco se ve que la gente empieza a pensar a largo plazo: en cinco minutos se despachan tres ejemplares de la Muy Interesante y dos de la National Geographic. En un buen trecho no me cruzo con nadie menor de 40 años. En la intersección de Celso Emilio Ferreiro, una mujer camina con dos críos. "¡Mételos en casa!", le gritan desde un coche que baja la velocidad y la ventanilla a su paso. 

El escenario ha ganado en solemnidad respecto al sábado. Cuento seis personas con mascarilla solo en la avenida de Buenos Aires. Dos llevan también guantes. Amenaza lluvia y el día está mucho más triste. Casi no hay coches. En Valle Inclán suena "Colgando en tus manos" a todo volumen desde una ventana. Ni una pandemia puede ahogar a Carlos Baute. 

Estatua de los ramones


En la estatua de los Ramones hay cuatro personas con cuatro perros. Una en cada cruce. Dos de los canes pasan del protocolo sanitario y se huelen el culo mutuamente. Es un gesto reconocible y que reconforta una pizca entre tanta excepcionalidad. Como ver a la gente sacar pasta en el cajero con cara de pocos amigos. En una panadería no hay ningún cliente.  "La gente hizo su compra ayer y hoy se fueron a la aldea", aventura la mujer mientras despacha la barra de pan y media de zamburiñas. "Trabajar con guantes me vuelve loca", zanja mientras devuelve el cambio. Al lado del negocio hay otra panadería. "¡No puedes estar aquí!" le grita una mujer a una persona que pide en la puerta. "Teño que comer", le responde rápido el hombre. A su alrededor se ha ido formando una cola. Las distancias entre un cliente y el otro deben rozar tranquilamente los  tres metros. Desperdigados por la calle, parecen una performance. La gente cuando llega flipa, luego pregunta quién es el último y después se desparrama unos metros más atrás. Frente a la cristalera de la panadería solo está el hombre con su bandeja de plástico pidiendo limosna. La mujer de antes berrea por su teléfono móvil: "Estas cosas hay que afrontarlas como vienen". Lo dice con el aplomo de haber vivido al menos siete o ocho pandemias. 

Un niño –el tercero de la excursión– sube la peatonalizada calle Concordia con cara de resignación arrastrando una bolsa de basura. Un hombre la baja con cara de satisfacción haciendo "running". Claro que sí, hay que cuidarse, jefe. En el centro de la ciudad sorprende el silencio. Solo se escuchan conversaciones por teléfono. Apenas se ven tres o cuatro parejas. Hablan bajito y son las únicas que caminan sin escaparse mutuamente.


Lo invisible


Se ven muchísimas más personas sin hogar. Se han recluido el 99% de los ourensanos, y las calles del domingo son para los que hacen recados antes de irse a casa y para los que no la tienen. "No me da dinero ni dios", masculla Juan en la rúa da Paz. Lo cierto es que unos cinco minutos, cuentas al menos a ocho personas cambiando súbitamente de dirección  al verlo a él. "Estoy muy jodido", resume. En el Paseo, otros dos revisan las papeleras tras dar los buenos días. 

Manda un vídeo Xesús Fariñas en el que se puede ver a un tipo tocando en la calle vacía. La escena tiene su poesía. Los agentes de la autoridad, que se deben a la prosa, le amonestan antes de lograr encontrarlo. En esa búsqueda se escucha la alarma del Benetton. Un poco más allá, dos chavales escuchan trap por el altavoz del móvil en la boca de las galerías Viacambre. La escena tiene un rollo cool distópico que hace que casi me atropelle un coche en Bedoya. 

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