“En el extranjero investigan con más recursos y eso se nota en los resultados'

La investigadora Cristal Fernández trabaja en el CSIC.
Aunque ha nacido en Narón, Cristal Fernández asegura que 'siento mis raíces en Celanova', de donde procede su familia paterna y a donde viaja cada vez que puede, independientemente del lugar del mundo en el que se encuentre.
Hoy trabaja como investigadora en el 'Instituto de diagnóstico ambiental y estudios del agua' del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y estudia un doctorado en la Universitat de Barcelona, pero su vida científica también ha pasado por Suecia y Canadá. Por medio, todavía ha encontrado tiempo para ejercer como monitora en la Ruta Quetzal BBVA, recién concluida tras recorrer buena parte de Sudamérica y la Europa de Carlos V.

Empecemos por lo primero... ¿Qué investiga en el “Instituto de diagnóstico ambiental y estudios del agua'?
Entré en el CSIC como estudiante de doctorado para evaluar el impacto ambiental del mercurio en la cuenca del río Ebro y en el pantanal de Mato Grosso (Brasil). Una vez allí mi propio proyecto de tesis fue tomando forma y me centré en el desarrollo y aplicación de una técnica de muestreo para determinar el mercurio disponible en aguas continentales. Además, también he realizado estudios sobre la fotodegradación de la especie más tóxica de mercurio en aguas de lagos y humedales. Así que mi trabajo consiste en diseñar experimentos, tomar muestras de campo, desarrollar metodologías analíticas, , cuantificar los resultados, tratar los datos obtenidos e interpretarlos. Finalmente, debo plasmar esos hallazgos en un artículo científico que se intenta publicar en una revista y compartir el conocimiento en congresos o conferencias.

En su grupo analizan cuestiones como la calidad del agua o del aire. ¿Nos estamos portando mejor en estos aspectos?
En los últimos años ha crecido la concienciación y poco a poco la legislación Europea y nacional va siendo más estricta en cuanto a niveles de contaminantes permitidos. Además, la investigación, tan necesaria para conocer el comportamiento, distribución y destino de los contaminantes en el medio, hasta hace poco tiempo estaba atravesando un buen momento en nuestro país y por tanto este campo estaba bien cubierto. Sin embargo los recortes han afectado a programas de seguimiento y control ambiental, de modo que las acciones se han orientado a proteger y asegurar la salud humana y del planeta.

Supongo que llegar al CSIC es un sueño para un científico joven.
Sí, lo es. Yo solicité una beca que financiaba mi investigación durante 4 años. Me parecía difícil conseguirla entones y ahora mismo sería casi imposible debido a que los recortes han paralizado la salida de nuevas becas. Pero lo logré gracias a mi expediente académico y ahí empezó la que ha sido mi vida laboral en los últimos 5 años. Todavía recuerdo aquella sensación del principio. Sentía inseguridad y miedo de no dar la talla en el que es el organismo de investigación por excelencia en nuestro país, pero eso se curó con trabajo.

Está claro que la institución no atraviesa su mejor momento y recientemente se han recogido firmas para salvarla. ¿Tan mal está la investigación en España?
La verdad es que la investigación estaba atravesando un buen momento. Pero llegó la crisis y con ella los recortes, que afectaron más intensamente a este campo que a otros. Ahora ya no se convocan muchas becas y otras salen menos a menudo, no hay financiación para proyectos, se han eliminado plazas laborales… Ya no es sólo que estemos estancados, es que hemos retrocedido. Una verdadera lástima, porque en la investigación se basa el desarrollo y el futuro de un país.

Ha estado en Suecia, Canadá y ahora en Barcelona. ¿Tenemos mucho que envidiar a esos países en el ámbito investigador?
Definitivamente sí. En esos países se nota que hay más dinero, tienen más equipos y recursos. Durante mis estancias en el extranjero trabajaba con mucha más facilidad y eso se nota a la hora de producir cantidad y calidad de resultados.

Científica y joven. ¿Cómo ve lo de la “fuga de cerebros”?
Veo lógico que esté sucediendo. Las becas y contratos en otros países son mucho mejores y hay muchas más posibilidades de hacer carrera en la investigación. Eso en España es muy difícil ahora mismo. Aquí la mayoría de los investigadores no llegan a adquirir una situación estable o plaza fija hasta los 40 años. Eso no significa que no me dé pena lo que está pasando porque el país está invirtiendo en la educación de sus jóvenes para que vayan al extranjero a trabajar en productos que luego consumimos aquí.

¿Y cómo encaja la Ruta Quetzal dentro de todo esto?
La verdad es que no tiene nada que ver. Participar como monitora en la Ruta Quetzal BBVA era un sueño para mí, una especie de reto y una experiencia que no me quería perder. Cuando este año terminó mi beca predoctoral pude prepararme para el proceso de selección de monitores. Quizás la licenciatura en Ciencias Ambientales y mi trayectoria científica me pudieron ayudar a la hora de conseguir esa plaza.

Ya de vuelta, tras visitar países menos desarrollados, ¿ha cambiado tu percepción del mundo?
Sí que he vuelto con más inquietudes, más ganas de vivir, más amigos y mil recuerdos. Pero a mí personalmente no creo que me haya cambiado sobremanera por el simple hecho de que a mis 28 años he tenido la suerte de haber viajado mucho y vivido gran variedad de experiencias. Sin embargo, estoy segura de que haber vivido esto con 16 años hubiese supuesto un cambio radical en mi vida. Creo que hubiese llegado al mismo punto en el que estoy ahora, pero de golpe en lugar de haber sido un proceso lento y extendido en el tiempo. Ahora me gustaría meterme en algún tipo de voluntariado. En la ruta vimos en las muy elementales condiciones en las que viven las tribus indígenas, y de alguna manera me gustaría poder ayudar a gente menos afortunada que yo.

¿En qué momento se dio cuenta de que aquello era único?
Sobre todo en la selva del Darién, en Panamá. Hubo un momento que nos marcó de forma especial a todos. Tras una larga caminata que duró un día entero atravesando la selva desde un poblado indígena, un grupo se perdió, muchos ruteros acabaron el agua de sus cantimploras a medio camino y estaban al borde de la deshidratación, algunos sufrían dolores musculares, desvanecimientos, reacciones alérgicas por picaduras de insectos… Finalmente llegamos al poblado exhaustos, pero allí nos esperaba el mejor regalo del mundo. Dejamos las mochilas y corrimos al río vestidos. Fue la mayor explosión de felicidad que he presenciado en mi vida.n

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