Tiempos detenidos

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La vuelta a las aulas este curso es improbable. Las primeras medidas para frenar la pandemia pasaron por el cierre de los centros educativos. Aquellos escenarios llenos de vida juvenil son un espejismo. 

Fue un 23 de diciembre del pasado año. Lunes, 10,15h, Ourense inauguraba una biblioteca por la que llevaba suspirando más de 15 años. “Un referente cultural y arquitectónico”, diría el entonces ministro del Cultura José Guirau, bregado agente cultural que intuía ya que sus días como ministro estaban contados. El espacio fue alabado por todos los presentes; el atrevimiento del alcalde Gonzalo Pérez Jácome llegaría lejos, en alusión a un supuesto libro que habría birlado en tiempos de usuario. “Era broma”, remató diciendo.

Desde entonces el lugar ha sido un hervidero de gente, desde niños a jubilados ávidos de lectura. Las tardes era el entorno ideal para estudiantes. Si hay un lugar para la felicidad, una biblioteca así lo era. Guirau anunció además que en seis meses el Archivo ocuparía su lugar en el histórico edificio de enfrente. Contábamos los días.

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Covid-19


El conjunto es una mezcolanza estilística entre la histórica sobriedad franciscana y las construcciones modernas que se han ido aposentando en el lugar estos años, desde el Auditorio a la Biblioteca. 

Confinamiento. Al pasar -ayer- por el antiguo albergue de peregrinos, el grupo de los sintecho que lo ocupa aguardan fuera las tareas de limpieza diaria. Algunos sentados sobre la base del cruceiro gótico, en una especie de imagen a destiempo. En la explanada del Auditorio junto a la enigmática escultura de Álvaro de la Vega, unos operarios desinfectan con clorito de sodio las bancadas del anfiteatro al aire libre. Encima, a la zona ajardinada de la Biblioteca, el confinamiento le ha pasado factura. Al igual que a todas las zonas ajardinadas les ha crecido la hierba. Lo que hace un mes era bullicio, hoy es tiempo detenido y silencio.

Algo parecido en el Campus. El escenario es fantasmagórico, El gran búho de madera erigido junto al estanque semeja asombro en su expresivo rostro. Los patos hacen vida en el estanque. Habitualmente, las escaleras superiores, estarían ocupadas por estudiantes apurando sus lecturas al sol. La primavera avanza y todo está ya de lo más florido. Pero por el lugar, el único tránsito de estos días es el de algunos que aprovechan para pasear al perro por el espacio que un día fue hospital, con pabellón de infecciosos. Construido a partir de los aprendizajes obtenidos tras la gripe del 18. Es increíble que el único movimiento en este campus sea la oscilación del péndulo de Foucault en el hall de la facultad de Ciencias. 

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En el Campus Nuevo dos operarios recortan la hierba, va tan alta que emplean una segadora. En el entorno destaca la escultura de Fernando Blanco, colocada al inicio de la urbanización del Campus, en 1996. Hoy todo el conjunto, pivota a su alrededor. Desde el edifico del Campus da Auga -el más reciente- un operario de mantenimiento contempla el área ajardinada. Cualquier día normal el ir y venir estudiantil sería la nota dominante. Hoy un jubilado renqueante envuelto en una mascarilla avanza por uno de los senderos que lo cruzan. 

Desde que se suspendieron las clases los estudiantes siguen las clases de forma telemática. La Biblioteca siempre a tope llora su falta. El escenario, aún cerrado es mayúsculo. Una operaria limpia las balconadas de cristal. Sobre la línea de mesas reposan las sillas encima. Tiempo detenido, dicen. n

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