El tren del Miño, un viaje de nostalgia sin prisa

photo_camera Los bonos de Renfe con los que se viaja gratis dieron una nueva vida al tren del Miño, que une Ourense y Vigo en dos largas horas. Universitarios y jubilados suelen utilizarlo. Eso sí: deben hacerlo sin prisa y adaptándose a los raquíticos horarios.
Los bonos de Renfe con los que se viaja gratis dieron una nueva vida al tren del Miño, que une Ourense y Vigo. Universitarios y jubilados suelen utilizarlo. Eso sí: deben hacerlo sin prisa, porque el trayecto dura dos horas, y adaptándose a los raquíticos horarios disponibles

Son las diez de la mañana de un día cualquiera y el tren del Miño que une Ourense con Vigo está a punto de arrancar una jornada más desde la estación de A Ponte. Al convoy se suben cerca de una veintena de pasajeros, entre ellos dos periodistas de La Región, que se reparten -a su gusto- en los dos únicos vagones que lo conforman. En este tren, no hay plazas asignadas, pero tampoco es necesario porque sería una rareza que fuese lleno. 

Este regional, que une las ciudades de Ourense y Vigo, requiere paciencia y disponibilidad horaria. El trayecto recorre hasta 12 localidades del sur de Galicia y tiene una duración de dos horas. Solo es posible desplazarse más despacio entre ambas ciudades si se opta por ir en bicicleta.

Pese a que el recorrido ofrece las vistas más privilegiadas del contorno -más naturales y menos industriales que las que del Alvia con el mismo destino-, la tardanza con la que une villas, en suma a las pocas combinaciones diarias, lo convierte en un medio disfuncional. 

La inusual presencia de pasajeros en esta vieja línea, que era habitualmente escasa, se explica con la llegada este septiembre de los bonos gratuitos de Renfe. Entre Ourense y Vigo  -y para todas las villas con parada- es la única opción de realizar viajes ilimitados sin coste alguno. 

Los precios del resto de convoyes para realizar el trayecto oscilan entre los 10 y los 27 euros y, en cuanto a la duración del viaje, como mucho, se puede ganar a lo sumo media hora de tiempo. La gran diferencia son las combinaciones. Este viejo tren solo sale de Ourense dos veces al día: a las 10,05 y a las 21,49. Además, si se quiere volver en la misma jornada solo existe la opción de coger el de las 14,10 horas, por lo que en total solo es posible pasar dos horas en la ciudad olívica. 

Con todo, hay quien se anima. A bordo del tren hay dos perfiles: gente joven o universitaria y gente de edad avanzada. Todos ellos subieron en Ourense y pocos se bajarán a lo largo del camino.

Un ejemplo es Marta Castro, que lleva tiempo utilizando el convoy para ir a citas médicas en el Álvaro Cunqueiro. Puede permitirse las dos horas de viaje, pero muchas veces la deja sin opciones de vuelta. “Tengo el bono, pero no siempre puedo regresar en tren, casi siempre vuelvo en autobús por falta de horarios”, explica. 

Salvados por las obras

Esta pasajera lleva meses utilizando la vía del Miño y, aunque en el ferrocarril que está en marcha puede uno relajarse, no siempre fue así. “En septiembre puse dos reclamaciones porque íbamos en un tren sucísimo, lleno de bichos, no había donde ponerse. Por no hablar del traqueteo, era un infierno”, reconoce.

Esta mujer se refiere al convoy, con más de 50 años de antigüedad, que realizaba el recorrido antes de que se iniciasen las obras ferroviarias entre Monforte y Ourense. Desde entonces, esos aparatos quedaron retirados (al menos temporalmente) y se emplean otros vagones de los años 90.  “Llegué a coger una alergia de la suciedad el primer día que utilicé mi abono”, dice. 

A los 20 minutos del arranque, el ferrocarril para en Ribadavia. Solo una mujer se baja y nadie nuevo sube. Esta villa sufre un especial agravio con sus conexiones. Es posible ir y volver una mañana, pero si se coge la única combinación Ribadavia-Ourense (la de las 15,35 horas), no existen opciones de regreso. 

La localidad queda así marginada de la ciudad de As Burgas, algo que no ocurría hace años cuando existían hasta seis opciones de viaje diferentes. 

Detrás de Marta se sienta Francisco Blanco. Son las 10,35 y el joven mira por la ventana y comprueba que estamos en Filgueira (Pontevedra). “Yo uso este tren porque estoy preparando una oposición en Vigo. Iba en coche pero con los bonos comencé a usarlo por ahorrar. Cuando se me acabe el descuento no pienso volver en este medio, es demasiado tiempo”, critica. 

Al rato, pasa el revisor y pide los billetes. “Es raro, normalmente no hay”, comentan algunos pasajeros. Desde el pasado miércoles formalizar los bonos es obligatorio. Aunque los revisores no estuviesen presentes en esta línea, actualmente deben pasar para comprobar quien cumple con la reserva. Sin embargo, lejos quedan los revisores que rondan constantemente los Alvia, ofreciendo desyunos y comidas. También el resto de tecnologías que suelen acompañar: ni enchufes, ni pantallas, ni ventilación, ni asientos reclinables -aunque hay quien dice que los del Miño son más cómodos-.

En Frieira (Pontevedra), a las 10,44 horas, solo se baja Manuel González. Vive en un pueblo ourensano pero su mejor opción para llegar desde la ciudad es bajarse en esta villa y cruzar el Miño a pie para llegar a su vivienda. 

El tren continúa por Pousa, pero nadie le da el alto. Por tanto, continúa su periplo. En el vagón número dos está sentado Adrián Vázquez. Es de Ourense y va por primera vez a Vigo por esta línea. “Quería ver la ciudad y aproveché los bonos de descuento para venir. Tengo amigos aquí y así puedo ir a verlos. Lo malo es que tengo que volverme a las 14,10 horas”, explica.  

Pese a que no utiliza el ferrocarril con asiduidad, tiene una opinión sobre el tema: “Se supone que los bonos están para fomentar el transporte público, pero luego resulta que casi no hay  combinaciones o que la única que hay es esta. No tiene sentido”, apunta. 

A las 11, llega el ecuador del trayecto y lo hace en el pueblo pontevedrés de Arbo. Mónica y Rosa  son dos amigas que se sientan detrás de Adrián. Dejan dos asientos entre ellas y de vez en cuando se lanzan algún comentario jocoso. Junto a ellas viaja su cesta de la compra, que resulta ser también el motivo de su viaje. “Vamos a Vigo a hacer la compra al Alcampo, que es muy barato”, dice Mónica. “Nos gustan las ofertas. No disponemos de mucho tiempo, pero venimos dos veces por semana”, opina Mónica. “A veces se nos va el santo al cielo y tenemos que volver a prisa”, añade Rosa. Antes de que surgiesen los descuentos, las señoras cogían el autobús  a las 6 de la mañana. 

Una estación fantasma

Los siguientes destinos son As Neves, Salvaterra, Caldelas, Guillarei, O Porriño, Redondela (donde no siempre para) y finalmente Vigo Guixar, la antigua estación, ubicada en la rúa Areal.  

Al llegar, el panorama es desolador. La cafetería de la estación aún tiene letrero, pero es lo único que tiene. Lo mismo pasa con el resto de comercios que antes tenían su espacio en Guixar. Además, apenas hay personal de vigilancia, solo un par de personas en la taquilla de venta. Allí se bajan los pasajeros a las 12,10. Si quieren volver a Ourense, deben estar de vuelta dentro de dos horas.

Con la pandemia, se perdieron cuatro trenes, dos de ida y dos de vuelta, entre las ciudades del sur. Aunque está previsto que en febrero se recupere el que partía de Ourense a media mañana, no ocurrirá lo mismo con el de la tarde. 

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