La flor púrpura de San Juan

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Desde la antigüedad es una planta muy apreciada por su valor medicinal

La Digitalis purpurea es una planta herbácea de la familia de las Plantagináceas (Escrofulariáceas), nativa de Europa, del noroeste de África y de Asia central y occidental, que crece en claros de bosques, bordes de caminos, taludes, acantilados o entre peñascos, generalmente en terrenos húmedos y preferentemente de sombra o semisombra. 

En castellano viene designada popularmente con un sinfín de nombres tales como brotónica real, campanas de san Juan, campanillas, dedal de monja, dedal de princesa, dedalera, dedillos de Dios, digital, emborrachacabras, enagüitas de la Virgen, estallones, giloria, gualdaperra, restallo, tristera, tuara, villoria o zapatitos de Cristo. En gallego, entre otros, se le conoce como: abeloeira, abeluria, abrula, alicroque, baloco, belitroques, burleta, dedaleira, estalotes, estroupallo, folla de sapo, herba de cobra, melitroque, seoane o “sanxoans” debido, este último, a que es una de las hierbas que viene utilizada para preparar el agua en la noche de San Juan.  El nombre “estalotes” deriva del ruido que hacen las flores al estallarlas entre las manos, cerrando con los dedos ambos extremos, cosa que de niños hacíamos a menudo. 

Es una planta bienal, es decir, que se desarrolla en un ciclo de dos años: en el primero produce solamente unas hojas basales, de forma oval lanceoladas y dentadas, de las que surge, en el segundo año, un esbelto y largo tallo, erecto, hueco, de color verde y con hojas alternas, rugosas, dentadas y ligeramente pelosas. Su raíz es ramificada y con la parte central gruesa. Sus exóticas flores, que cuelgan en espigas o racimos, todas hacia el mismo lado, son tubulares y en forma de campana, similares a un dedal; su color puede variar del rosa o púrpura hasta el blanco o el amarillo pálido, y poseen unas características manchas blancas en el interior rodeando a otras de marrón oscuro. Florecen desde la primavera hasta finales de verano y dada su vistosidad atraen a las abejas, las cuales son las encargadas de la polinización. El fruto es una cápsula más o menos ovoide que contiene numerosas semillas de color pardo oscuro que se dispersan con el viento. 

Etimológicamente, el nombre genérico digitalis deriva del latín digitus, que significa “dedo”, y el epíteto purpurea hace referencia a su color.

Desde la antigüedad, esta planta es particularmente apreciada por su valor medicinal, debido a que sobre todo sus hojas contienen un alcaloide llamado “digitalina” que se usa como tónico cardíaco, ya que fortalece los músculos de corazón y regula su ritmo. Su uso popular fue abandonado debido a la dificultad de determinar las dosis exactas a administrar a los pacientes, ya que la cantidad de digitalina presente en la planta varía a lo largo del día. Cantidades altas o tomas erróneas podían provocar náuseas, diarrea, vómitos, delirio e incluso la muerte. Actualmente, conseguidos nuevos conocimientos sobre las dosificaciones específicas, se sigue empleado en farmacología.

Respecto a su toxicidad, en un pueblo del tramo gallego del Camino de Santiago en el que había un concurrido mercado, mis hermanos y yo, oímos a un ciego, que, con un profundo acento gutural y acompañado por la música de una zanfona, cantaba variadas crónicas y romances sobre sucesos, crímenes, catástrofes y amoríos.  En uno de ellos decía: “Eu ben vin estar á morte, no monte comendo abrulas. ¡Vai de aí, morte pelada! ¡Desamparo de viúvas!”. Bien es cierto que en otras ocasiones oímos el mismo romance cambiando “abrulas” por otro término.

Dada esta bivalencia de sus propiedades, por un lado curativas y al mismo tiempo tóxica, la Digitalis purpúrea simboliza la sensualidad prohibida o la transgresión, es decir, lo que no se debería hacer. La dedalera también se utiliza como planta ornamental, pero, dado que es altamente venenosa, no debe plantarse en jardines frecuentados por niños. 

En los países anglosajones se le conoce con el nombre de guante de zorro, debido a la antigua leyenda que narra que, durante una cacería, las hadas regalaban estas campanillas a los zorros, de modo que los pudiesen meter en sus patas y acercarse silenciosamente a los gallineros.

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