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Pasó lo que pasó
En Galicia hay más de 247.000 empresas originarias de esta tierra o con sede social en la comunidad, algo más de 27.000 en Ourense. Hay en las cuatro provincias más de un millón de ocupados, cifra similar a la de afiliados a la Seguridad Social. Luchan a brazo partido todos para sacar adelante el terruño en medio de una crisis que nos da por todos los lados. Hay sectores con capacidad contrastada por su competitividad, capaces de conquistar mercados interiores y exteriores exportando más de 22.000 millones de euros. Los dirigentes de las empresas luchan cada día por mantener la persiana abierta y la maquinaria funcionando. El empleado, un día feliz porque tiene trabajo, al otro acojonado por si le invitan a largarse porque la cosa no da para más. Las entidades sociales ya están dando de comer a desheredados de esta pandemia, a algún pequeño empresario también, me consta. Los bancos enseñan el colmillo cuando la cuenta pierde el negro para tornarse en rojo. Vamos, que esto está para pocas bromas. Luego están las organizaciones que dicen representar a todo este entramado y que en realidad son auténticos aquelarres. La Confederación de Empresarios de Galicia, por ejemplo, se ha ganado a pulso todo el descrédito que le acompaña. La mayoría de empresas y empresarios viven ajenos a esa especie de secta. Aspiran a controlarla segundones sin más aspiraciones que sacarse un día una foto con un político o directamente pasarse a la política. El empresario ourensano José Manuel Díaz Barreiros llegó a la cúspide de la patética organización y rodó ladera abajo en solo 48 horas. Creyó que el statu quo que maneja los hilos de la organización le iba a permitir presidirla. No es nada personal, solo son negocios, le pudieron haber dicho, como Corleone proclamaba en El Padrino. Díaz iba a librar batalla con otro rival, Pedro Rey, más o menos del mismo corte. Ambos muy lejos de dirigir empresas de fuste, ambos con aseadas intenciones. Ahora el brujerío que controla este aquelarre despliega su mal de ojo. Ahí aparecen rancios apellidos de A Coruña que quieren seguir ejerciendo de ventrílocuos, poniendo a muñecos pero hablando ellos. Ahí siguen organizaciones similares por Lugo haciendo de ser dirigente empresarial una profesión que pagan otros. Ahí perviven crepusculares personajes pontevedreses bajo la máxima de ni una mala palabra, ni una buena acción. Todo este aquelarre ha puesto la olla al fuego para cocer nuevos brebajes. Dentro se cayó estos días Díaz Barreiros. Y se lo comieron con patatas.
Hay fuerzas ocultas que llevan a los empresarios fuertes a huir de estas organizaciones, hay gentes de medio pelo que buscan asiento en ellas. En la Confederación Empresarial de Ourense ha puesto una pica gente de este pelaje. En los más de 40 años de historia de la entidad hubo presidentes que sintieron el vértigo de ser empresarios, de dirigir negocios con recorrido, pagar muchas nóminas. Ahora el empresariado provincial se contenta con tener a gestores de Liliput al frente. En la CEO se han librado batallas con escasa munición. Hace algo más de un año aspiraban a presidirla su actual titular, Marisol Nóvoa y Lois Babarro. Acabaron en el juzgado y allí no se ventilaron las acusaciones de fondo, solo el maquillaje, por lo tanto ganó la primera. Babarro, que preside Jóvenes Empresarios con 40 años, apuesta por beberse cada mañana un elixir de juventud para dirigir un colectivo que debe dejar de hacerse liftings en los estatutos. Siempre quedará la duda de qué puede haber dentro de la CEO para que tantos odios se profesen, tantos pequeños intereses se ventilen. La entidad ha jugado a hacer corrillos, a pactar en una servilleta de papel un programa de gobierno, a amenazarse en las cafeterías, a tirar la piedra y esconder la mano en los medios de comunicación. Ha permitido que se sienten en las mesas de las decisiones gentes que nada más llegar preguntan qué hay de lo mío.
Y es que este es el país del qué hay de lo mío, saltamos como resortes cuando nos pisan el callo y van al bolsillo. Pierdan toda esperanza quienes crean que el sentimiento de responsabilidad colectiva nos va a reproducir la icónica obra de La libertad guiando al pueblo, que pintó Delacroix inspirándose en la Revolución Francesa. Aquí la libertad que nos guía es la del estómago, que tampoco está mal porque si no comes dependes de la beneficencia, de quien te alimente, pierdes dignidad. Los hosteleros están perdiendo la paciencia porque están perdiendo libertad de estómago. Esta semana han dicho a diario hasta dónde están de agobiados, cómo de difícil está siendo dar un capotazo a esta crisis. Bueno, siempre pueden reconfortase viendo lo que están haciendo algunos de sus dirigentes empresariales. En su nombre, por supuesto.
Foto: Martiño Pinal
Ojo con una sociedad que se polariza cada vez más. Cuidado con dividir entre buenos y malos, ricos y pobres. El black friday ha permitido ver colas en algunas tiendas (las de siempre, supongo) para pasar por caja después de haberle sacado brillo a la tarjeta. El lenguaje oficial habla de una crisis de proporciones desconocidas. Algunas realidades dejan a decenas de personas ávidas de consumo. Otras realidades dejan tensiones domésticas porque los ingresos menguan. Cuidado con los extremos y la polarización: alimentan desigualdades y populismos.
Santiago Ferreiro es el presidente de la Asociación de Constructores de Ourense (ACO), un sector que mantiene algo más de 8.000 empleos, aún con 1.549 parados. Representa una nueva generación de directivos en un gremio lleno de tópicos. Aún perviven imágenes de coches suntuosos, algún que otro cordón de oro colgado al cuello, buen habano entre los labios. Tratan de desprenderse del sambenito del albañil listillo que se hace empresario, de aquel especulador que se forró esperando subidas de precios. Ferreiro, de forma discreta, se ha puesto al timón de los constructores, aún consciente de que queda mucha tropa, aunque las hechuras del sector son más finas. El jueves, con ocasión de la asamblea anual de la ACO, el presidente puso pie en pared y retrató con valentía a las instituciones que consienten caídas de inversión pública de casi un 50% este año. Señaló que su sector está haciendo una apuesta decidida por la formación, por la innovación. Vamos, que se quedaron atrás los tiempos de "imos facer masa ó seis". Y, además, señaló con el dedo a la patulea que anda por el Concello de Ourense y que consiente una ciudad "lastrada por intereses partidistas". Aunque solo sea por la valentía, valía la pena recordarle, si bien a los concejales se la seguirá trayendo floja. Como todo.
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