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LA NUEVA OURENSANÍA
“Vine para hacer unas tesis doctorales en el Campus de Ourense en 1996 y desde entonces estoy aquí trabajando”, explica Nelson Pérez Guerra, cuya edad es una incógnita, pues no nos salen las cuentas con el número de vueltas al sol que nos ha colado. “Cincuenta y ocho, aunque son menos, pero digo unos más para darme importancia”, bromea el catedrático, que nos recibe en el laboratorio, y nos habla de su menester un rato.
“Yo siempre quise conocer Galicia, saber si esos gallegos eran tan amables y cariñosos como los que yo había conocido”, comenta. Dicho así imagina una los personajes aquellos de Astérix el Galo. Contactó Nelson con un profesor de esta facultad que trabajaba en su mismo área. “En la producción de enzimas y fermentaciones”, especifica. “Ver que aquí podía tener un futuro prometedor, me hizo quedarme”, concluye. Minutos después, nos contará episodios en el consulado cubano un tanto espeluznantes.
Paso de contratos sucesivos a la nacionalidad, y a una Isidro Parga Pondal. “Una beca que daba la Xunta para profesores”, explica, sin añadir lo que leemos a mayores por internet ‘para retener en Galicia a universitarios brillantes’. Aquí fue desarrollando su profesión en el área de la bioquímica alimentaria. “Confieso no obstante que a mí lo que me encantan son las matemáticas”, apunta de soslayo, en medio de un relato de media hora sobre conservantes y bebidas fermentadas. “Si el kéfir es capaz de fermentar la leche, también lo hará con otro sustrato, por ejemplo, el zumo de frutas”, describe el profesor Pérez Guerra, que está con un equipo llevando a cabo dos tesis doctorales sobre este enunciado.
“De pequeño cortaba las pencas del aloe vera con mi padre, él las pelaba, y las ponía a fermentar en un tanque en el tejado de casa”, comparte Nelson que su mentor por excelencia era un gran albañil con curiosidad en estas materias. “Él no sabía el fundamento del proceso pero veía sus propiedades curativas”, aclara. “Siempre pensé en demostrar que ese trabajo que él hacía no caía en saco roto, en honor a su memoria”, confiesa. El qué pasa en ese proceso es lo de menos, diría el humanista, aunque al científico le intrigue, aquello que se fermenta en el alma supera al más sofisticado de los potingues.
Hablamos con Nelson mucho de kéfir y le animamos a llevar sus descubrimientos al consumo. Qué maravilloso sería ampliar la carta de bebidas de los bares en cuanto a refrescos y zumos. “No sabemos qué sucede durante el tiempo de fermentación, sólo de qué sales y a qué llegas”, comenta. Determinar el número de horas necesarias para kefirizar una fruta random todavía es un misterio. “Lo que nos interesa es que las bacterias probióticas colonicen el intestino”, especifica, ¿48 horas?, ¿más, menos?, ‘se morren polo camiño’ el objetivo no está cumplido. “Hemos probado el zumo de kiwi y de uvas tintas de mesa, producimos una bebida muy parecida al vino pero con menos contenido en alcohol, muy agradable, que yo creo que en el mercado podría tener aceptación”, comenta. “La idea es transferir esa tecnología a los estudiantes para que ellos puedan crear su propio empleo”, comenta Nelson, un sueño sería que un discípulo montara una pequeña empresa.
Bajamos un poco el nivel a la eminencia científica y le preguntamos al profesor por cuestiones de lo suyo pero más mundanas. Ratifica Nelson que efectivamente el zumo es azúcar puro y mejor es comer la fruta entera.
De la familia nos cuenta que tiene dos hijas mellizas en Estados Unidos, un hijo que trabaja en A Coruña y una cuarta ourensana de dieciséis años. “En Cuba la tradición es estudiar una carrera y casarse, allí las relaciones a distancia duran menos que un merengue en la puerta de una iglesia”, justifica Nelson su paternidad a los veintitrés años. Para que luego digan que no se puede estudiar ‘e andar ás mozas’ al mismo tiempo, y como colofón optar a un doctorado. Su primer matrimonio acabó antes de su partida, pero el divorcio se demoró años. “A mí me tocó convivir en la época Dinio, con el marido de Sara Montiel… todos esos montajes”, explica como dato curioso. “El gobierno cubano entendía que si te divorciabas antes de viajar era para venir y casarte con una española”, aclara, “me tocó andarme con mucho cuidado”, concluye.
“Cuando decidí quedarme incluso llegue a recibir correos de compañeros de la universidad insultándome, ellos también tenían que demostrar que me odiaban”, comenta. “Un sistema asfixiante, totalitario, recibí un castigo de cinco años sin ver a mis hijos”, describe. “Yo nunca dije que me quedaba aquí por problemas políticos, sino por económicos”, revive el pasado Nelson con todo lujo de detalles.
De la familia nos cuenta que tiene dos hijas mellizas en EEUU, un hijo que trabaja en A Coruña y una cuarta ourensana de 16 años
Ni prudencias ni cautelas pudieron impedir que lo tacharan de traidor los de su tierra. Ni tampoco que con el tiempo rehiciera su vida con una mujer gallega.
“No utilizo el pasaporte cubano desde hace catorce años, porque lo único que da es problemas y gastos”, cierto rencor asoma en Nelson que fue a su país por última vez en 2008. “Cada vez que entraba en la aduana, que si abandonaste la misión, tú no quieres a tu país ni al comandante…”, relata. Un triste retorno el que impide hablar con tus vecinos, bajo el acecho constante de la seguridad del estado. “Los extranjeros, los cubanos, después los perros y finalmente usted”, pirámide de sus derechos, según Nelson, que se le transmitía desde el poder alto y claro.
“Béisbol y arroz congrí con carne de puerco”, damos la vuelta a la tortilla para devolver a su recuerdo una morriña sana. “Me encanta que me llamen riquiño”, sonríe el catedrático, cortesía académica toda, pero a partir de ahora le vamos a llamar “brother”, en plan confianza a la cubana.
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