EL MACHISMO NO CESA
La violencia de género no da tregua: 2,4 denuncias al día en Ourense
LA NUEVA OURENSANÍA
Solo diremos su nombre completo una vez porque al entrevistado le cuesta hasta reconocerlo cuando sale de su propia boca. Roberto ‘Sula’ da Silva (Luanda, 1976) recibió su apodo de muy niño porque pensaban sería el benjamín de la familia. “Casula, sula, el pequeño, me llamaban, no fui el último, pero el nombre me quedó”, comenta. Por sus venas corre sangre angoleña, portuguesa, caboverdiana y quién sabe si algún día pueda dejar su semilla multicultural en un descendiente mitad de esta tierra. “Soy un palleiro”, comenta con gracia. Llegó aquí por una novia local que ya no es más, pero entre unas cosas y otras se fue quedando.
“Mi madre tenía una buena vida, pero había una guerra civil, y no quería eso para sus hijos”, comenta. Su padre, militar angoleño, quedó haciendo vida allá. Cuenta Sula que a los cinco años se trasladó a Lisboa con ella, y allí se quedó otros dieciocho, disfrutando de una infancia de barrio “sin pantallas”, como las de antes. “Sentido común, habilidades sociales y calle”, dirá más adelante cuando se le pregunte por cómo educar a un crío, porque sin tener hijos, de eso sabe un rato.
“Soy un amante de la música y del arte en general”
“Soy un amante de la música y del arte en general”, confiesa. “Indagar, buscar grupos y compartir, ver gente bailando para mí es increíble”, relata. Su afición es pinchar música en bares y locales de Ourense, Celanova o Rías Baixas. “Tengo un proyecto que es el Mestizo”, informa. Lo describe como una exposición de artesanía cuyos artistas él mismo congrega, y que en torno a un local se dan a conocer, mientras la música de Sula y otros grupos ameniza por doquier.
Trabaja Sula en un centro reeducativo de menores. “Con adolescentes infractores, niños que necesitan mucho cariño y ser escuchados”, revela. Los acompaña en sus tareas diarias, y en talleres y actividades. “Yo me río mucho y disfruto con mi empleo”, comparte, y desmonta estereotipos sobre estos chavales. “Entra de todo, hijo de pobre y de rico, esa idea de ‘buenas familias’, en términos de educación, no existe”, aclara. Cuenta que un chico de diecinueve años “grande, con barba”, le acariciaba la oreja mientras él le pasaba el brazo sentado a su lado. “Esta gente necesita cariño”, concluye Sula sobre sus amparados. Cuidan entre dos o tres a grupos de nueve y le sorprende que en un aula corriente un solo enseñante atienda a veinticinco. “Terminan la medida, vuelven a casa, y nuestro trabajo se acaba”, resume Sula el protocolo, y reivindica que el seguimiento sería lo idóneo para que una reinserción exitosa fuera más a menudo una realidad.
“Me gusta toda la música, no podría elegir”
Aplica Sula su experticia artística por media Galicia y también como premio a sus tutelados. “Me gusta toda la música, no podría elegir”, pero por decir algo hace parada en la brasileira “mezcla de la africana, la portuguesa, el árabe y la india… es muy rica”, comenta. También la vertiente electrónica está en su elenco y le pega un poco a la percusión. “Me defiendo”, se defiende también al verbo Sula.
“Nos llevamos muy bien todos”. Habla Sula de hermanastros por parte de padre y madre, localizados en distintas partes del mundo y que visita cuando tiene oportunidad. “Mi madre era profesora de formación femenina, muy fuerte”, ríe Sula oficios de un tiempo durante la guerra civil. “Modista, cocinera, hacía vestidos de novia, era muy polifacética”, describe. “¡Bolo de banana, miña vida, feito pola miña nai, como no!”, dirá minutos más tarde, al comparar sus postres con los de acá.
Cuenta que el Ourense de hace veinticinco años era cordial y amable, muy lejos de esa idea de “¡el negro cuidado, vamos a escondernos!”, interpreta el propio Sula al hablar. Quizá por ser rara avis todos lo saludaban, incluso en los pueblos de los que volvía como todos, con la bolsa de tubérculos y hortalizas. “En la ciudad somos más materialistas, en el campo solo con los marcos”, reímos juntos la broma, sabe él ya mucho de esta tierra.
Le gusta la cocina, sobre todo la asiática. “Mi casa está llena de especias”, comenta. Ya le vale a este trotamundos que a donde no viaja con el cuerpo, se lo aprende en la vitrocerámica. “La comida africana no es tan fácil, aunque las bases las tengo por mi madre”, aclara. Un sueño partir un año por el mundo “para ver gente, sonidos y sabores nuevos”, comparte ilusionado.
“Me quedo con lo que dijo un amigo, parece que soy leal”, se define a sí mismo. En otro momento enseña el dibujo en su brazo de una cruz y titubea, “sí, creo en Dios”. Resulta más creíble su frase vacilante que el argumento del mejor pastor. Tatuado en el cuerpo tiene un antílope sable gigante, “palanca negra”, apunta, símbolo nacional de Angola, que si bien en peligro, sobrevivió a la guerra civil. Dice Wikipedia que simboliza lo vivo, lo veloz, lo bello, y la agudeza visual.
El sol está en su punto más alto, se dibuja en el rostro de Sula una máscara negra sobre fondo blanco, que luce también el animal. Angoleño, portugués y ourensano, se descubre el alma profunda del hombre y del artista, en su espejo de grandiosa fiera.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
EL MACHISMO NO CESA
La violencia de género no da tregua: 2,4 denuncias al día en Ourense
Los ingenieros agrícolas de Ourense renuevan su cúpula
Pepe Paz, presidente do Colexio de Enxeñeiros Agrícolas: “Temos que facer un novo rural con mais industrias agroalimentarias”
UNO MENOS QUE EN 2022
Ourense se acerca a su récord de colisiones provocadas por animales
CULTURA EN EL RURAL
La Red Provincial de Auditorios de Ourense alcanza los 7.500 espectadores
Lo último
DENUNCIAS DE LOS LECTORES
Cronista local | Las denuncias de los vecinos de Ourense hoy, domingo, 21 de diciembre
Guía para probar suerte en la lotería
Lotería de Navidad 2025, cuáles son las diferencias entre fracción, décimo, número, serie y billete