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Justo cuando el año está despidiéndose se ha ido de entre nosotros Estela Arce Fernández a los 79 años de edad. Lo hizo rodeada por el calor de los suyos, embajadores de una multitud que siente la pérdida y la honda huella que deja por las cualidades con las que se acompañó a lo largo de la vida.
Estela fue mujer valiente, luchadora y militante en el ourensanismo más genuino que su familia encarna como pocos. Fue la pequeña de cuatro hermanos, hijos de Celso Arce Acevedo, uno de los mejores agentes comerciales de la época, representante de importantes marcas y referencia en su sector; su hermana mayor, Generosa, fue la madre de la gimnasta Marta Bobo; su único hermano, Lalo Arce, siguió la estela del padre y se convirtió también en una institución en el ámbito del mobiliario y equipamiento de oficinas, en tanto que la tercera hermana, Antonia, fue la matriarca de los Delgado Arce.
A los 15 años sufrió el momento más acibarado de su vida con la pérdida de su madre y a los 22 abrió la puerta a la felicidad -que se prolongaría casi seis décadas- casándose con Jorge Bermello, que lo fue casi todo en Ourense: comerciante, empresario, alcalde, senador, presidente de la Cámara de Comercio, presidente de C.D. Ourense o promotor del centro comercial Ponte Vella, entre otras actividades. De esa unión llegarían cinco hijos (Jorge, Estela, Carlos, Beatriz y Javier), todos con trayectoria profesional y personal acreditada. Estela se constituyó desde el primer momento en atlantes de esa amplia comunidad familiar, de la que formó parte también el abuelo Celso, que acabó siendo otro hijo más para Estela.
Los suyos se preguntan a menudo cómo se las arreglaba para poder atender todas las obligaciones a su cargo, con cinco hijos pequeños y el abuelo, viviendo en un quinto piso sin ascensor y con un marido con agenda profesional e institucional interminable durante buena parte de su vida. Todo ello, sin perder la elegancia y donaire con los que adornaba su belleza natural, que -haciendo honor a su nombre- es la estela que deja para el recuerdo de cuantos la conocieron y vieron moverse por las calles de su Ourense, que son legión.
La fatalidad quiso que el tránsito hacia la madurez truncase su capacidad para disfrutar de los afectos ganados perdiéndose en el universo de la desmemoria, aunque generosa como fue, seguro que ello no le impidió saber del amor de quienes hoy la lloran y siempre le devolvieron lo mejor de sí mismos.
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