Obituario | Delfín Carvajal Lobato: otro referente comercial que se nos va
Como gran conversador que era, Delfín Carvajal convertía su local en lugar de tertulias donde acudían sus amigos o partían iniciativas como las de hacerle una placa al director de la academia Cisneros en reconocimiento a las enseñanzas allí recibidas.
Desde Carvajales de la Encomienda, en la sanabresa comarca, nos llegó un día con sus padres Delfín Carvajal Lobato, que los apellidos se tomaban a veces del lugar de residencia, el primero, y el segundo por tierra de lobos, allá donde las mayores colonias del cánido salvaje habitan. Como los Anta, ferreteros, o los Blanco Vega, también del ramo, de allá venidos, estos Carvajal eran parte de esas migraciones familiares que se iban asentando por acá en el comercio, la banca, como los Romero, de Villardeciervos, en Verín o Xinzo, o los Montero de la sanabresa comarca. Y estos nombrados que conocidos se hicieron en la ciudad en la que industriosos pronto reconocidos en los negocios que emprendieron.
Entre aquellos comerciantes que tan bien se manejaban en sus pequeños (por cabida de local) establecimientos, entre los que Aser y Carvajal eran como un distintivo. Ambos habían mamado el comercio de géneros o tejidos desde su infancia; Aser se iniciaba como empleado en la camisería De Carlo (Delfín Carvajal), en Galerías Tobaris. Pronto se establecería en Galerías Centrales con negocio de camisería y luego en el final de la rúa do Paseo donde le auxiliaba su pariente Olegario. Yo conocí a Delfín Carvajal porque creo haberle comprado alguna camisa en su establecimiento de la calle de la Paz, al que un día me remitió Aser Barreiros, cuando yo cliente de éste.
Delfín me aconsejó como si comprador de toda la vida. Basta que viniese de parte de su amigo que no competidor, y aunque no viniese, uno se sentiría como en casa en esa camisería, referente por antonomasia, que nunca renunciaría a sus esencias como aun hoy en día, regida por uno de sus numerosos hijos, Fernando, ese nadador que baja el Miño sin neopreno aun en los más crudos inviernos, con el que coincidencia en algunos eventos deportivos, él en calidad de atle-ta, compaginando su función con la de árbitro nacional de piragüismo y triatlón, o con su infatigable hermana Emilia, en unas cuantas caminatas montaraces.
Delfín Carvajal, ese prolífico nonagenario, que deja once hijos, al que la edad alcanzada ha proporcionado tantas cosas como montar una camisería, en la que se hacían camisas y cuellos a medida, una tintorería anexa a la que Delfín iba de mañana a encender la caldera mientras Antonio “Fuentefría”, luego joyero, atendía el negocio.
Como gran conversador que era, Delfín Carvajal convertía su local en lugar de tertulias donde acudían sus amigos o partían iniciativas como las de hacerle una placa al director de la academia Cisneros en reconocimiento a las enseñanzas allí recibidas. Convertir un negocio, poco después de mediodía, en lugar de reunión de amigos, indica la atracción que Delfín ejercía entre sus amigos, costumbre que permaneció hasta su jubilación a los 70.
Con Delfín no es que se vaya otra era, sino otros hábitos, y sí un referente en el ramo; Fernando sigue en el negocio y sus 10 hermanos en sus profesiones, a los que enviamos el recuerdo que uno tiene de un ejemplar padre de familia, extensivo a Mª de los Ángeles, su viuda, y a toda una familia de once hijos, que forman una conocida prole por la ciudad diseminada, sin renegar de sus sanabreses orígenes.
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