El submarino hundido en Bares
DEAMBULANDO
Aquí, do me hallo, aún resuenan los ecos del submarino alemán hundido frente a las costas de la Estaca de Vares o de Bares, como prefieran, en el exterior oeste del citado cabo. Muchos lances habidos en este mar Cantábrico durante la II Guerra Mundial. Nuestro país mantenía una neutralidad, entre comillas, que se tomó por no beligerancia y todas las simpatías para el régimen nazi, a quien ni veladamente ocultó que los submarinos de la Kriegsmarine se aprovisionaran en puertos hispanos o fondearan en sus bahías, luego de algunas incursiones contra las flotas de mercantes y navíos de guerra de los aliados. Por fuerza que nuestras costas, sobre todo las cantábricas e incluso las atlánticas, se vieran visitadas por submarinos, cuando los U-Boot eran el terror de los mares.
Uno, botado en los astilleros de Hamburgo, que ya en 1943 era bombardeada por los aviones británicos y estadounidenses, el U-966, dotado con lo último en armamento y en tecnología, recordando la gesta cuando emergiendo entre pescadores en país enemigo se internaría hasta las costas norteamericanas, no sin antes ser atacado allá por las islas Feroe con la avería de su sistema de comunicación, que le obligaría a andar de evasión de medios de detección, radar y sonar, hasta recalar en las costas gallegas, donde localizado, sería bombardeado por una escuadrilla británica con base en las islas. Averiado por las cargas de profundidad el submarino, en superficie con sus ametralladoras antiaéreas aun fue capaz de abatir a un avión inglés, pero ya tocado fue derrotando desde las cercanías de Ferrol hasta doblar el Cabo Ortegal y todavía más hacia oriente un jovencísimo comandante Wolf decidió hundirlo con unas cargas para que no cayese su tecnología en manos aliadas.
Al hundimiento siguió la evacuación de los tripulantes en la que marineros de Ortigueira, Espasante, O Barqueiro fueron unos arriesgados rescatadores, reconocidos luego por la armada alemana con distintivos.
Pero la historia bonita fue que el comandante Eckkerhar Wolf, internado en Ferrol, devuelto a su país y subido de grado, al acabar la guerra vendría frecuentemente a estas tierras de O Barqueiro donde tantos lazos con sus rescatadores había trabado, pasando todos los veraneos, e incluso uno de sus hijos, se casaría aquí con una del lugar. Sus hijos, los nietos del comandante del U-BOOT-996, ligados a esta tierra de tal modo que un más que chiringuito montado de modo permanente en la playa de Esteiro de Bares o de Os Cañoles por uno de sus nietos, de los que uno, Dirk, joven resuelto y presto a trazar la semblanza de su abuelo, recordando la gesta tantas veces repetida a los que por allá demandan de su boca la historia real.
El submarino de Bares, su historia se ha mitificado en el aura popular. Pienso que todos los sitios tienen tiene sus historias, muchas elevadas a la categoría de mitos, otras, que el tiempo no borra, pero cuando te encuentras en el escenario de esas cruentas batallas e inclinado sobre el rocoso promontorio te imaginas la que debieron pasar aquellos náufragos, muchos de ellos ayudados a trepar agarrados a las cuerdas que los vecinos marítimos les echaban. Encima en el cementerio del lugar yacieron los restos de los que perdieron la vida en el trance, los siete del avión inglés derribado y los cinco del submarino de los que alguno murió en el submarino y otros, por la frialdad de las aguas y lo complicado del rescate.
La historia no acaba aquí porque fallecido el comandante Wolf en 1978 dejó dispuesto que sus cenizas se esparciesen en este lugar donde las olas incesantemente baten los acantilados de la Estaca de Bares y de la Punta Moeda donde él decidió hundir su propio navío con tanta solemnidad como el comandante del acorazado Graf Spee el suyo en el Río de la Plata, entre Montevideo y Buenos Aires, sumergiendo la nave que sería rescatada de las profundidades para chatarra, lo que fuera lo último en tecnología de la época en navegación submarina.
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