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Crónica
Faltaba una hora para que se abriese el control de acceso y ya había viajeros que preguntaban en la estación Empalme donde estaba el tren con destino a Alicante. Durante esa hora, el desfile de viajeros se sucedió a cuentagotas hasta los últimos minutos, cuando se incrementó la afluencia de gente. Dentro del tren, se acomodaban maletas, se quitaban abrigos y se desplegaban libros y dispositivos electrónicos, bien para trabajar o bien para hacer de las cinco horas de viaje algo más ameno.
Al poco de arrancar y tras un inicio lento entre los montes ourensanos, el convoy rápidamente cogió velocidad de crucero, por encima de los 200 kilómetros por hora, aunque no sería hasta la provincia de Zamora cuando por fin se alcanzaron los ansiados 300 km/h que trae de la mano la Alta Velocidad y por los que tanto hemos esperado en Ourense y en Galicia. En la mayoría de vagones reinaba el silencio, roto en un instante por exclamaciones de asombro al pasar muy cerca del territorio quemado que llegó a obligar a cerrar la conexión ferroviaria entre Galicia y la Meseta. El paseo del personal de servicio del tren era incesante, que a cada poco recordaba el uso de la mascarilla y ofrecía refrescos a los viajeros, así como toallitas desinfectantes.
En poco más de una hora ya estábamos en Zamora, donde se hizo una parada de alta velocidad. En apenas dos minutos subieron a bordo los que esperaban la llegada del ferrocarril y, sin tiempo que perder, retomamos nuestro trayecto hacia Madrid, hasta donde hace menos de un año era nuestro límite en lo que respecta a conexiones AVE.
Como marcaba el horario previsto, el tren llegó a Madrid poco después de las seis y media. Allí algunos desembarcaron y muchos otros aprovecharon para estirar las piernas o sacar a sus mascotas del encierro de los transportines. También hubo algunos pocos que se subieron al tren para continuar hacia Alicante. El transcurso por el nuevo túnel fue la parte más lenta del trayecto, cruzamos Madrid por debajo a 22 km/h, pero una vez vimos la luz, volvimos a volar a ras de suelo. Desde ahí, hicimos otro rápido alto en Albacete antes de nuestro destino final.
Una vez en Alicante, todo se vació. Los que quedaban en el tren cogieron sus pertenencias y se desperdigaron entre taxis, autobuses y paseos en un viaje que ya está en la historia del ferrocarril ourensano.
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