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INCENDIOS EN GALICIA
Llueven briznas de ceniza bajo un cielo que transita del gris al cúrcuma. El humo es una niebla tóxica que lo impregna todo en Cualedro y las parroquias vecinas. El fuego se comporta como una pesadilla de brotes múltiples e incesantes. Tal parece que sus propagadores son el propio viento caldeado que circula en las más impredecibles direcciones, y algún malhechor que se frota las manos en la sombra. Pero tanto una cosa como otra se hacen ahora muy difíciles de determinar, porque la mayoría de los esfuerzos están concentrados en combatir las consecuencias en vez de las causas.
Al llegar en la mañana a Lamas, perteneciente al propio concello de Cualedro, lo primero que presenciamos fue la lucha denodada de varios vecinos apagando como podían la furia de las llamas. Unos con mangueras de huerta, y otros directamente contra los plantones de fuego, azotándole con “batelumes”, e inhalando un humo asfixiante cuyos efectos ya se dejan ver en la población.
Elisa, vecina de la antigua Rúa do Recreo, tras la cerca de su patio trasero, nos atendió apenas sin mirarnos porque las circunstancias así lo exigían. Dirigía el chorro de agua con una mano, y con la otra se secaba las lágrimas; las involuntarias causadas por los gases de la combustión, y las reales ante el efecto de un desgaste más que evidente: había estado despierta desde las tres de la madrugada, manteniendo a raya la avanzada del fuego, atrincherada tras su cerca como si estuviese librando un encarnizado combate. Al preguntarle sobre su vivencia en este frente de urgencia vecinal, nos confesó: “La experiencia con las autoridades ha sido fatal, sólo están ahí para echar culpas, la Xunta que se ocupe, que vaya a lo suyo”. Mientras tanto, observamos cómo se integraban a la avanzada contra el enemigo implacable, las fuerzas de Protección y Guardia Civil.
Estuvimos a un paso de quedar como esas pobres gallinas. La desesperación del momento no nos dejó advertir el peligro
Es un escenario complejo. Los servicios de extinción hacen frente a la tragedia del mejor modo que pueden. El fuego parece una hidra, a la que se le cortan cien cabezas, y le nacen otras cien. En Santa Baia de Montes, a pocos kilómetros de Lamas los sucesos han llegado, no al extremo de que se hayan perdido vidas humanas, pero sí a un auténtico desastre productivo y económico. Allí, al pie de lo que fue una enorme nave de explotación avícola al noroeste de la localidad, nos atiende Miguel Fernández Justo, un productor local, que entre seis y nueve de la tarde de ayer, perdió 19.000 gallinas y toda la infraestructura tecnológica de la granja. Se trata de una catástrofe valorada en poco más de 150.000 euros. Pero lo peor pudo haber sucedido. Nos cuenta Miguel que, tanto él, como su esposa e hijos estuvieron a poco de que aconteciera una tragedia mientras intentaban contener el fuego: por suerte, una cerca con un resguardo de hormigón en la base le sirvió de cortafuegos a un depósito de propano demasiado próximo.“Estuvimos a un paso de quedar como esas pobres gallinas. La desesperación del momento no nos dejó advertir el peligro”, nos dijo visiblemente consternado.
Un incendio es solo el principio de una concatenación de males. Luego viene una especie de posguerra cuyo principal verdugo suele ser la burocracia.
Y he aquí una pregunta que se hacen muchos de ellos: ¿Cómo sobrevivirán los productores locales mientras las aseguradoras peritan los siniestros y gestionan las indemnizaciones?
La espera probablemente será larga y llena de contratiempos, teniendo en cuenta que estas instancias en breve se encontrarán desbordadas a razón de los múltiples incendios que asolan buena parte de la geografía nacional. Cálculos previsorios estiman entre seis meses y un año. No es pesimismo, son las dinámicas de la realidad.
“Ahora es que hay que prepararse para sufrir”, nos dice uno de los granjeros consultados en Santa Baia. Lo que hace es anticiparse a un contexto donde la pérdida de registros generará disputas en el momento de llegar a negociaciones justas. Mientras tanto, ¿qué pasará con el rural gallego? Tiempo al tiempo.
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