La Carta Magna
Los "padres de la Constitución" y el triunfo del consenso
Vivimos, España vive, un clima alarmante de confrontación civil, de polarización política y descrédito institucional en el marco de una legislatura convulsa. Los valores que guiaron los primeros pasos de nuestra Transición política y los de nuestra democracia -la voluntad de concordia, la tolerancia y la convivencia en libertad y pluralismo- parecen perder presencia en una sociedad cada vez más enfrentada y alejada, que pone en peligro el fortalecimiento de nuestro Estado social y democrático de Derecho y el fomento de las libertades de las generaciones futuras ante la cambiante realidad que les espera. En este escenario de inestabilidad, la Constitución se erige en la columna vertebral de nuestra convivencia. Su aprobación garantizó la igualdad, la justicia y la libertad de todos los españoles y españolas. Los múltiples desafíos que afronta en la actualidad nuestro sistema constitucional, la tensión entre poderes, el aumento de los discursos populistas y la corrupción política, entre otros muchos, nos lleva con nostalgia a reivindicar los principios y valores del texto que hoy cumple 47 años.
La aprobación de la vigente Constitución ha sido un hito histórico del que podemos sentirnos orgullosos. En la convulsa y enfrentada historia de nuestro país, en la que los periodos democráticos han sido sólo breves paréntesis, el texto de 1978 inició una nueva y exitosa etapa de integración política, progreso económico y desarrollo autonómico desconocida hasta entonces. Cuando escucho a quienes piden olvidar la Transición me inquieta pensar que quizá busquen desandar lo andado y prescindir del pacto y los consensos básicos que llevaron a la aprobación del texto constitucional. El espíritu de reconciliación y concordia y, por qué no decirlo, de generosidad que caracterizó aquel momento llevó a cesiones en sus idearios políticos por parte de quienes querían dejar el largo régimen franquista, hizo posible un texto fundamental de todos/as y para todos/as, sin exclusiones; no hecho, como estábamos acostumbrados, por una mitad de los españoles frente o contra la otra mitad. La Carta Magna se convirtió así en uno de los escasos proyectos colectivos de nuestro pasado que ha sido capaz de aunar las voluntades de los distintos ciudadanos y territorios que componen nuestro país. Un texto que incorporó a España en la modernidad de manera definitiva e irreversible, que se erigió en un referente que ha resistido avatares de gran calado desde entonces, sin dejar de servir al fin esencial de articular una sociedad avanzada, democrática y plural.
Hoy, más que nunca, es necesario reafirmar nuestro “sentimiento constitucional”, nuestra apuesta por lo que nos une
Siempre he defendido que la Transición no se debió, como algunos sostienen, a enterrar y olvidar una de las páginas más tristes de nuestro reciente pasado; muy al contrario, siempre he creído que fue una apuesta valiente, consciente y querida, de un ejercicio de memoria histórica que no queríamos que pudiera repetirse nunca; una apuesta por el diálogo, el concierto, la reconciliación y la libertad. Sin duda, el mayor logro de la España contemporánea ha sido una Constitución en la que todos los españoles y españolas tuvieron y tienen cabida, de la que nadie fue excluido y en la que el entendimiento y la generosidad colectiva, el espíritu de integración y la apuesta por un futuro mejor acabaron para siempre con los demonios interiores que habían asolado la historia española de los últimos siglos. Los defectos que habían lastrado nuestro pasado, el enfrentamiento constante entre las “dos Españas”, la interacción social y el escaso sentido de comunidad, han sido superadas por el pacto constitucional de 1978. Y si el devenir nos muestra que los valores y principios en que se sustenta la Carta Magna han cambiado y no es posible ya renovar el acuerdo en torno a ellos, será necesario afrontar con serenidad y firmeza una reforma de la misma. Pero nunca al margen o por encima de ella y siempre mediante unas propuestas que resulten lógicas y beneficiosas para la convivencia y para nuestra estabilidad institucional, jurídica y política.
Hoy, más que nunca, es necesario reafirmar nuestro “sentimiento constitucional”, nuestra apuesta por lo que nos une y no por lo que nos separa, a fin de evitar que la desgana, la indiferencia o la manipulación nos impidan reconocer las potencialidades y el espíritu transformador de nuestro texto constitucional. A pesar del tiempo transcurrido, el marco configurado por la Norma Fundamental sigue vigente, garantizando un sistema institucional que debe fortalecerse y mantenerse activo para el mañana. La versatilidad de la misma y su capacidad para dar respuesta y adaptarse a las distintas circunstancias surgidas en su ya largo camino, permiten afirmar que la Constitución tendrá futuro si sigue siendo la Constitución de todos y todas.
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