Adiós a José Antonio González Álvarez, un viajero en el camino

OBITUARIO

José Antonio González Álvarez
José Antonio González Álvarez

José Antonio González Álvarez (Verín 10-I-1949, Vigo 20-X-2025) fue un gran viajero con alma de artista. Excelente amigo de sus amigos, anfitrión dedicado, buen cocinero y mejor conversador, le gustaba recordar con orgullo que participó en los trabajos del Plan de Accesos a Galicia. Fue la gran actuación viaria que, a partir de la década de los 70, mejoró radicalmente las carreteras de acceso desde la Meseta, y con ellas la conectividad de las villas -y la vida de sus pobladores- del sur de la provincia de Ourense, como su Verín natal.

Los caminos y los viajes siempre estuvieron presentes en la vida de Jose. Los grandes y los pequeños, los cotidianos y los de miles de kilómetros, que como hacían los británicos del siglo XIX con el `grand tour´, enriquecían el alma y enfocaban la perspectiva. Y también estuvieron los caminos vitales, los más importantes y profundos, los que redefinen la vida. Aquellos por los que Robert Moore escribió en “En los senderos” que “los caminos que emprendemos en vida son una manera de dar sentido al mundo”.

Quizá sea casualidad, quizá sea el destino, pero hace justo 226 años, en una lluviosa jornada de tal día como hoy de 1799, el conde de Guzmán, don José Naudín, llegó a Verín entre una enorme expectación. Venía con el encargo en firme de Carlos IV de modernizar los caminos entre Madrid y el Reino de Galicia, y entró en la villa en una “silla de postas tirada por dos mulas”. Pero lo que causó el mayor asombro entre la población local fue la cuadrilla de 200 obreros que precedían al encargado real, para ir derribando a pico y pala los balcones y escaleras que atascaban el camino. “El paso de la litera causó gran curiosidad por las villas por las que transitaba”, recoge el diario de su asistente, “y a la salida de Verín el conde fue acompañado de mucha gente mirando para ella”.

Y es que hay caminos que solo se pueden abrir a pico y pala. Y la modernización de nuestra sociedad y el progreso de nuestro marco de convivencia son algunos de ellos.

José emprendió también el camino a su Vigo de adopción, donde formó parte de la prolífica y bulliciosa colonia verinesa de la ciudad olívica, desarrollando su trayectoria profesional en el sector de la automoción. Tuvo también alma de artista. Lo demostraba no sólo en su habilidad para las artes plásticas, sino también en una especial capacidad sobrehumana para el orden. Ya lo decía Séneca, que relacionaba ambas virtudes -arte y orden- y que sentenció que “la vida sin orden es como un cuerpo sin alma”. Contemplar el taller de Jose era un espectáculo cartesiano, como admirar la simetría de los cuadros de una sala del Museo del Prado.

En su carácter había muchas más resonancias de la escuela de los filósofos estoicos. Compartía con Séneca el gusto por la franqueza en las opiniones (“prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”) aunque si en algo parece haber sido compañero del filósofo hispanorromano fue en la serenidad con la que afrontó su marcha. “¿Por qué temer a la muerte” -había dicho Séneca- “ya que si nosotros estamos, ella no está. Y cuando ella está, nosotros ya no estamos”.

En sus últimos días, esta pareció ser su máxima. Miró a la enfermedad a los ojos, sin temor ni vacilación, afrontando su destino con la misma serenidad y calma estoica con que recorrió todos los caminos de su vida.

Ahora, allá donde esté, seguro que celosamente la caja de las galletas, para compartir con sus amigos con una sonrisa y un chupito de licor café. Hasta siempre, “Quintas”.

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