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Ana Martínez y Pablo L. OrosaEl 13 de noviembre de 2002, un miércoles, fue el peor día de su vida: un cuarto de hora después de las tres de la tarde, el cascarón herrumbroso que gobernaba quedó a la deriva con una grieta en uno de los tanques. Fuera, el viento huracanado de un fortísimo temporal.
La señal de socorro es lo último que acierta a apuntar este viejo lobo de mar en el cuaderno de navegación.
Cuando los equipos de Salvamento Marítimo responden a la llamada de auxilio, Mangouras y el jefe de máquinas, Nikolaos Argyropoulos, se niegan a abandonar el barco.
Piden que la tripulación, 27 personas, en su mayoría filipinos, sea puesta a salvo.
Al día siguiente, a las 15.30 horas, el remolcador Ría de Vigo logra enganchar el petrolero a tres millas de Muxía.
Ante el temor de una rotura del buque, las autoridades españolas deciden alejar el monocasco de la costa. Alguien sugiere embarrancarlo, pero la historia se escribe de otra manera.
Se inicia así un rumbo errático que durante cinco días deja tras de sí una piscina de fuel viscoso.
'Fue la peor decisión posible', insistió Mangouras hace solo unos meses, sentado, diez años después de aquello, en el banquillo de los acusados.
El mensaje lo transmitió con un traje oscuro, de buen corte y en pie.
Cree que el desastre de las olas negras pudo haberse evitado: 'El buque pudo ser remolcado a una zona abrigada y trasvasar su carga a una nave más pequeña'.
Al recordar la tragedia y a los voluntarios embutidos en monos blancos llevando capazos de chapapote, rompe a llorar en la sala.
Fue el martes 19 de noviembre de 2002, a las 08.00 horas, cuando el Prestige se hundió a 250 kilómetros de Fisterra (A Coruña) con más de sesenta mil toneladas de combustible todavía en su interior.
Una inmensa mancha parduzca cubrió entonces la costa desde el parque natural de las islas Cíes, en Galicia, hasta el extremo sur de Francia.
La mayor hecatombe medioambiental de la historia de España ya se había consumado.
El tribunal que la ha juzgado absolvió once años más tarde del delito medioambiental al viejo capitán griego, a su compatriota, el jefe de máquinas Nikolaos Argyropoulos, y al ex director general de la Marina Mercante José Luis López Sors.
Apostolos Mangouras únicamente ha sido condenado a nueve meses de prisión por desobediencia.
'Mi nombre es Apostolos Mangouras, ciudadano griego y en extensión europeo, soy el último capitán del Prestige, barco que desgraciadamente yace en el fondo del océano...', escribió el anciano a la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte.
En esa carta pidió disculpas por el daño causado y proclamó su 'amor' por el mar.
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