Muiños, por docenas en cualquier cauce

Los molinos eran lugares de encuentro, de picaresca, hasta de fiadeiros

La más espectacular ringlera de molinos en cascada en Galicia, en O Rosal.
La más espectacular ringlera de molinos en cascada en Galicia, en O Rosal.

La molienda, desde aquellos artilugios manuales del Neolítico, pronto aprovecharía la fuerza de las aguas para mover esas pesadas rodelas o muelas para hacer polvo o harina del trigo, de la avena, del maíz, del centeno, incluso de la aceituna, aunque empezaran con las bellotas y castañas. Todo este fenómeno que comenzaría con la agricultura cuando las sociedades de cazadores recolectores se fueron sedentarizando, adquiría un gran desarrollo, creando una industria de molienda, sobre todo basada en la fuerza de las aguas, que determinó a lo largo de centurias que esos ingenios fuesen explotados por particulares, comunidades monacales, vecinos, incluso las élites que los arrendaban a vecinos.

La molienda se satisfacía mas que en dinero en especie o sea una parte de la molienda para el molinero, estableciéndose el cuánto a tenor de las comunidades que vivían en cada zona. Los molinos se clasificaban en eólicos, movidos por el viento; hidráulicos, por las aguas; de sangre, por caballerías o bueyes. Nos interesan los de aguas porque los eólicos más bien de la ventosas llanuras o costas; los de sangre o se usaban poco y el empleo de animales de tracción lo eran para extraer agua haciendo girar, generalmente un burro de ojos tapados, que caminaba en círculo sacando agua a través de lo que noria se llamaba, para riego de campos adyacentes.

Los molinos de agua catalogados o no por nuestra tierra son ingentes en cantidad; casi no existe, ya no rio sino regato, que no tenga un molino de los llamados de aceña o canal; algunos cuando el desnivel grande, se encadenaban uno tras otro, los llamados de cascada de los que hay varios ejemplos por acá, pero los más sobresalientes, los del Rosal, en las riberas diestras del Miño, esos tan vistosos llamados de Folón y Picón que se encadenan en más de una docena de ellos. Ya más raros ejemplares serían los de rueda giratoria vertical adosada a la fachada del molino, que movía por engranajes todo el ingenio moledor del interior.

A los molinos se accedía con el grano o en mulos o burros o a lomo propio, los más humildes campesinos. Y uno de los estipendios más usados en estas labores era la maquila o un tanto por ciento de la harina molida o sin moler. Maquila viene del árabe, por medida; maquilero el molino donde se cobraba la maquila que lo eran todos. Del grano quedaban los restos o salvados. Ríos tan cortos y de escaso caudal como el de os Muiños o de Pontón, Barbadás o Vilaescusa, que tantos nombres tiene y no ese horrísono de Barbañica, el cual se une al Barbaña en o Polvorín, tienen en su cauce no menos de una docena de estos ingenios; los ríos de más caudal están sembrados de muiños.

Uno de los últimos molinos fue el de Vilaescusa, aun funcionando en la segunda mitad del pasado siglo (donde acudía al Muiño da Generosa con Jandrís de León, y alguna otra vez con su hermano Luis (Sito), vecinos y por demás amigos a los que acompañaba portando una saqueta de un maiz producido a la vera del rio Limia, allá por Fradalvite, donde también se cultivaba centeno, para ser molido por, acaso, la última molinera semiurbana) así como otro que había en a Sila, Polvorín, otro en a Molinera, varios (no queda ninguno en pie) en el Miño urbano, alguno en el Loña.

Ahora en cualquier acondicionamiento de senderos fluviales se restauran los molinos y sus acequias, aceñas o canles, para dar atractivo adicional al sendero que se marca.

Los molinos eran lugares de encuentro, de picaresca, hasta de fiadeiros y cruces de ocurrencias como remarca el cancionero castellano de comienzos de la Edad Moderna, que remata así: … Que polvo tiene el camino/que polvo la carretera/que polvo tiene el molino/que polvo la molinera. Aquellos tiempos se fueron y con ellos todo ese acerbo de agudezas, picaresca. Por eso al paso de cada molino deberíanos traer a la memoria que fueron extraordinarios parladoiros donde se contarían tantas historias como a la lumbre de las lareiras en los desaparecidos fiadeiros.

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