Terror, dolor y miseria bajo los talibán
Asuntos globales
Nadie sospechaba que iba a ser como fue el caos del abandono de los americanos en Afganistán, más que una retirada de las tropas, fue una desordenada huida en toda regla. Tan pronto como los americanos empezaron a marcharse, abandonando en la mayoría de los casos sus armas pesadas, fueron sustituidos por los talibán (esos fervorosos estudiantes de teología) que bajaron de sus abruptas y peladas montañas para ocupar el poder en las ciudades, especialmente en Kabul. No tuvieron que combatir, ya que los americanos les dejaron los caminos libres para su paseo militar. Paseaban de una parte a otra con sus largos turbantes, sus negras barbas y las sonrisas del poder arbitrario. En Kabul ocuparon el parque de atracciones, llamado parque Habibullah Zazai, en memoria de un legendario combatiente contra las tropas rusas que ocuparon el país en los ya lejanos años setenta.
Los actuales talibán son un conglomerado de combatientes de origen diverso e incluso de países diferentes, la mayoría, el núcleo duro, lo conforman los seguidores de Jalaluddin Haqqani, que creo la djihad antisoviética y se convirtió en el terror de los invasores rusos. Actualmente constituyen la rama dura de los talibán. Muchos de ellos vienen de Pakistán y acumulan una historia sangrienta de atentados feroces juntos a los miembros de Al Qaeda. Estos guerreros sin piedad juegan alegremente con sus fusiles, en ellos apoyan su poder. La euforia la estimulan con bebidas energéticas como Red Bull o con drogas que circulan en abundancia. A pesar de que hace cinco meses que llegaron al poder, no han logrado estructurar unas instituciones eficaces. La pobreza, rayando en una cruda miseria, afecta al 95% del país y el paisaje humano que se ve por las calles, especialmente en las capitales es desolador, a quien no le falta media pierna, no tiene medio brazo o ninguno de los dos. Los cuerpos semidestrozados son el testimonio devastador de más de cuarenta años de guerras y una insomne actividad de atentados y guerrillas. Su objetivo es crear el emirato islámico, cosa que hasta el momento no han logrado, aunque si en algunas cuestiones como la relativa a la anulación de las mujeres, poco a poco las han ido retirando de profesiones como médicos o profesoras e incluso impiden que estudien en colegios y universidades. Ejercen contra ellas un verdadero apartheid.
En las ciudades se ve a los talibán llegados de las montañas o de los pueblos más remotos como combatientes de otra época. Muchas actividades comerciales han cerrado sus puertas como los barberos y los peluqueros y sobre todo los barberos. Los talibán no los necesitan, no se afeitan ni se cortan el pelo. Lo que más notan algunos es la ausencia de los vendedores de flores, un comercio muy activo en Afganistán, ahora quedan pocas floristerías porque ya apenas quedan amantes que se regalen rosas. Aunque lo más triste es la ausencia de música. Un país sin música es un país sin melodía, un país triste. Actualmente en el aire de sopla una interminable tristeza. La arquitectura del poder resulta incomprensible, ya que está construida sobre un laberinto de contradicciones y alianzas indescifrable y clandestinas como en tiempo de las guerrillas. El nuevo poder trata de ofrecer una buena imagen, pero no es muy diferente del que presidía hace más de veinte años el mulá Omar. Piden disculpas por la caótica desorganización poniendo como excusa el cambio de régimen. Nada está bien definido, no hay líneas rojas, solo está clara la oposición al consumo de alcohol y consumir comida que no sea halal. También con frecuencia se desata una violenta persecución contra los corruptos que colaboraron con los invasores norteamericanos como ha ocurrido hace dos semanas en la provincia de Ghazni. El desorden es muy visible en la circulación, ya que es frecuente ver a coches circular en sentido contrario del que derivan choques y violentas discusiones. No hay policías de tráfico en cambio si vigilantes de la moral islámica para controlar si las mujeres llevan burka y velos. No se venden rosas, pero si pañuelos blancos con la inscripción en letras negras del gran principio de la fe musulmana: “El único Dios es Alá y Mahoma su Profeta”. En la penuria general que domina el país predomina el comercio ambulante, los vendedores de agua aparecen por todas las esquinas, también los vendedores de frutas y de todo tipo de muebles usados, incluidos colchones. El caso es conseguir un afghani o mucho mejor un dólar. Los que tienen dinero solo pueden retirar20.000 afghanis por semana, alrededor de unos 200 dolares. Los centros comerciales han quebrado, en su mayoría son el refugio de ratas y lagartijas.
Los niños juegan con pelotas de trapo improvisadas, elaboradas a partir de viejos turbantes o bufandas. Los afganos, en su mayoría, sometidos a una represión dogmática, viven una de las mayores crisis de su turbulenta historia: el hambre.
En la cúpula del poder, dominada por los radicales de la familia Haqqani, hay muchas tensiones con otros grupos, tensiones que puede desembocar en una cruel guerra civil dada la enorme cantidad de armas, armas abandonadas por los americanos en su precipitada marcha y también por los rusos en su obligada retirada de los 80. Pakistán jugará un papel clave en la lucha por el poder en Afganistán, por eso los distintos grupos enfrentados acuden a Islamabad para interceder por su causa. Pakistán tiene mucho que decir en la situación actual del conflicto que también condiciona la situación gopolítica del Lejano Oriente, donde China juega y jugará cada vez más un papel hegemónico. Pakistán dará su apoyo a los Haqqan. En las montañas del país, actualmente cubiertas de nieve, se reparan y ponen a punto las armas abandonadas por los distintos invasores para utilizarlas en la próxima guerra. Hoy más cerca que nunca.
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