Opinión

Entre coalición y colación

Lo mejor que uno puede hacer es aceptar su propia condición; por ejemplo, yo reconozco que soy bastante comilón. Quizá se lo deba a la herencia de mi abuela Rumbao, en cuya casa y a la tierna edad propia de un estudiante de ingreso en el bachillerato, mucho me alabaron el hecho de que prácticamente me hubiese comido un pollo entero. Se llamaba Pepito y, hasta entonces, solía jugar con él encima del tejado de Muebles Rodríguez al que descendía sin más que saltar desde la ventana de la galería de la casa de la madre de mi madre, un primer piso de la calle de El Progreso. 
Le decía: “Pepito, sube” y el pollo se encaramaba en mi hombro izquierdo, un poco como si fuese mi conciencia. Muy poco. Tan fue así, tan poco fue y afectó a mi conciencia, que, superado el primer triste instante de verlo, previamente desplumado y debidamente troceado encima de la fuente y cocinado en pepitoria, me lo comí como si tal cosa. Las penas con pan siempre fueron menos y resultaron más alimenticias.

Reconocida esta condición de modo previo y llevado en aras del recuerdo se me vino de nuevo a la cabeza el germen de la idea que motivó los dos primeros párrafos. Lo digo porque hubo un fugaz momento en el no supe de qué caray les iba a hablar a ustedes este jueves; un momento en el que lo olvidé, siquiera fuese por un instante breve. Regresó enseguida. La verdad es que Pepito en pepitoria estuvo suculento. Pero así de frágil es la memoria humana. Pasa el día pasa la romería y lo que nos queda es el sabor de la empanada, los aromas del pulpo á feira, si acaso el ruido de los cohetes y los ecos lejanos del pasodoble del maestro Soutullo resonándonos en la memoria.
Como con Pepito, así sucede también con lo que nos trajeron las elecciones del pasado domingo que, en el momento de escribir esta especie de carta bisemanal en la que ustedes y yo tanto nos aplicamos, todavía es un albur. A estas alturas sigue siendo, como en el caso de Pepito, algo quenos golpeó la conciencia, pero que lo hizo de un modo que se diría suave e incluso breve, que ya hemos olvidado en lo esencial; así que será bueno que recordemos los aromas de la empanada que las elecciones nos han deparado. Procedamos a hacerlo cuando, el Pepito particular de la mayoría de cada uno de nosotros, todavía no se ha encaramado en ningún hombro para cacarear nada inesperado y sigue en el tejado, sin atreverse a anunciar el nuevo día, la pata izquierda atada con un cordel al pasador de la ventana.

Desde el domingo muchas cosas han pasado y, de una forma u otra, el bipartidismo, posado por años en le tejado ideológico que cubre la conocida como piel de toro, que a un servidor siempre se le antojó de vaca brava más de que otra cosa alguna -no se olviden, España es nombre femenino- se ha venido expresando de forma harto insidiosa. Todo el mundo alude a él, al pasado y al por venir, en voz tan baja que se diría propia de hombres que se susurran a sí mismos; es decir, que nadie se atreve ni tan siquiera a mentar en alto la Gran Coalición que hace nada surgió de las mentes de significados ex presidentes de nuestra todavía reciente democracia.

Hemos visto de todo a lo largo de la campaña electoral. Desde la refriega verbal organizada después de que se hubiese señalado la indecencia política de un presidente que no había dimitido, mejor dicho, que no lo había hecho una y otra vez, en cada una de las ocasiones en las que fueron surgiendo los casos de corrupción habidos en su partido, porque la vida política es así, hasta la altura moral del mismo presidente que, una vez recibido el tremendo puñetazo que le propinó alguien que no sé si deberá ser calificado, como ya lo fue, de descerebrado sino simplemente como un muchacho con problemas; por el medio, las subidas y bajadas de tono de todo de una oposición con tantas cabezas como esa hidra de agua dulce que ahora está varada en la orilla de la Historia. .

Ha sido una campaña, que se diría interesante, en la que el partido socialista creyó por fin encontrar un líder, mientras en el partido popular se podía sentir como afilaban las cuchillas para degollar al suyo. Sucedióasí durante la tensa espera de lo que las urnas deparasen lo que al la postre no nos depararon: el bipartidismo de Ciudadanos y Podemos. Eso esperábamos y ya ven: ahora cuatro angelitos tiene la cama redonda en la que todos nos acostamos.

Las urnas nos depararon una empanada de difícil deglución cuya digestión, algo más que complicada, no afecta por igual a los militantes de carné que a los ciudadanos que sólo tienen el suyo y propio y acredita su identidad. Pasó lo que pasó y los dos partidos garantes del bipartidismo viejo, le han dado paso a los dos que conformarán el bipartidismo nuevo.

¡Ah, caray! ¿Quién aventura ahora un comentario, cuando ya anda suelta por el ruedo ibérico la vaca brava a la que se le ha dado suelta el pasado domingo. Pues que esa Gran Coalición de la que habló González, don Felipe, pese a que sonase más a Gran Colación que a otra cosa alguna, colación hecha con el gallo que canta anunciando la conciencia, solo será posible si el PSOE anuncia y condiciona su apoyo fundamentándolo en la asunción por parte de PP de todas aquellas medidas que pretenden los que ya no non emergentes, sino insurgentes, medidas a los que ellos mismos se han mostrado contrarios. Tanto ha cambiado nuestra realidad, tan poco atentos han estado los viejos partidos a este cambio.

¿Lo ven ustedes posible? ¿Creen que se darán cuenta a tiempo de que si no lo hacen ellos serán otros quienes reformen, antes o después, la Constitución, quienes cambien la ley electoral, la distribución territorial del Estado, afronten la unión de ayuntamientos, despoliticen la judicatura etc. etc. etc. ¿Verdad que es tan necesario como improbable que lo hagan? Entonces vayámonos preparando para deglutir la empanada porque este gallo recién encaramado en el hombro colectivo se quedará sin anunciar un nuevo día, un albor que posiblemente anunciará otro, al tiempo que nos picotee las orejas; otro que todavía está en el tejado esperando que amanezca. 

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