Opinión

Menos mal que nos quedan los refranes

Es muy de temer que los niños de ahora estén siendo educados a base de tuits y otras pajaritadas. La información les llega en pequeñas dosis de ciento y pico caracteres, de ciento y pico de ave que diría Don Álvaro Cunqueiro, nuestro gran señor de las patrias letras. Son tuits, píos-píos, rechouchíos y silbos varios, que proceden de mil pájaros locos colectivos, ciento y la madre de ellos de vuelo rasante, tres docenas de pretenciosos altos vuelos, el resto de la fiel infantería. Como se ve algo muy pedestre. A los que fuimos niños hace la friolera de sesenta años nos educaron, en no poca medida, a base de refranes. No se que será peor.

Llegadas estas fechas, se nos administraba el pildorazo anual contenido en la expresión “año nuevo, vida nueva” que en seguida comprobábamos que no valía ni siquiera para poner en ejercicio las malas intenciones. La consigna de que año nuevo, le debíamos el inicio de una vida nueva se quedaba reducido, en pocas horas, a la convicción de que la única vida nueva contemplable era la del año que se estrenaba porque nosotros y nuestros actos, producto indudable de nuestra condición, regresaban a la rutina de siempre después de esas doce uvas que se empezaron a tomar, de una en una, desde los inicios del siglo pasado; concretamente, desde una superproducción de ellas habida en la cosecha alicantina de 1909. Cuentan que, anteriormente, los burgueses ricos, si es que en la aristocrática España anterior a la fecha que se cita, los había y eran ricos; alguno debía de haber y se las tomaban con champagne, lo que da una idea del asunto: el champagne se debe tomar con fresas a fin de que ambos potencien sus sabores mutuamente. Somos un país tan desgraciado que ni burgueses como es debido ha sabido acoger y potenciar.

Superado el trance que superaremos esta noche, nada que temer, acuérdense de la que se iba a liar con el del año 2000 y a qué quedó reducido, el año será pródigo en tuits para los jóvenes y en los refranes que, a los mayores, han de ocuparnos la memoria. Mi abuela, de la que mala es la semana en la que nos les hablo a ustedes de ella, solía decirme uno en el que se criticaba con cierta mordacidad el afán de posponerlo todo dejándolo para más tarde: “Mañana ayunarás, Galván” rezaba el dicho que yo reinterpretaba de la siguiente forma: “Mañana hay una rasga, Albán”.

A los niños de antes le pasaban estas cosas. El llorado Carlos Casares, por ejemplo, se preguntó en no pocas ocasiones qué rayos serían los “pestimales” que se citaban en aquella oración religiosa en la que se le pedía a San Roquiño verdadeiro que nos librase de peste y males. Yo, por mi parte, me preguntaba que rayos sería una rasga y si habría alguien capaz de llamarse Albán, algo que yo no entendía posible: en la familia de mi abuela había habido gente que se llamó Sandalio o Audal, nombres cabales como en seguida habrá deducido el lector agudo. Entonces todo era posible.

Aunque no sea exactamente un refrán y para no abandonar el recuerdo de mi abuela déjenme que reproduzca para ustedes la parte del responso a San Antonio que todavía recuerdo. Ahí les va: Si buscas milagros mira muerte y error desterrados, miseria y demonio huidos, leprosos y enfermos sanos; el mar sosiega su ira remédiense encarcelados, miembros y bienes perdidos recobran mozos y ancianos; el peligro se retira los pobres van remediados, cuéntenlo los socorridos díganlo los paduanos”. Mi difunta abuela lo rezaba varias veces al día en cada ocasión en la que no sabía en dónde había dejado las llaves de armarios y chineros, de alacenas y despensa, en los que almacenaba desde juegos de sábanas, hasta dulces escarchados, bombones, pasas y guindas en aguardiente, melocotones en almíbar, latas de aceite llenas de azúcar, jamones y demás peperetadas por las que sentía un irrefrenable afán de consumo que chocaba frontalmente con el que pudiesen padecer el resto de los mortales. ¿Solución? Un llavero inmenso lleno de llaves a San Antonio y ¡zas! el llavero de los distintos paraísos edulcorados aparecía de inmediato. Ahora estas cosas no pasan. Ya nadie escarcha frutas, endulza mondas de naranja, ni deja los melocotones nadando en un buen almíbar. O tempora, o mores.

Superado el trauma del responso a San Antonio, del que no les cuento lo que yo entendía cada vez que mi abuela lo recitaba a toda prisa, volvamos a los refranes, sobre todo a los más dañinos.

Uno de ellos era el que afirmaba que “se acaba antes haciéndolo que mandándolo” que no logré superar ni siquiera cuando presté el servicio militar y aprendí aquello de que, voluntario, ni a franco de ría. Les advierto que hice la mili por Marina y eso venía siendo algo así como el permiso de pernocta en los ejércitos de tierra. Mejor hacerlo que mandarlo puede conducirte a convertirte en un esclavo, incluso de ti mismo, y probablemente haya sido una de las principales causas del desbarajuste emocional de toda una generación de jóvenes arrebatados en aras del bien público.

Había más refranes, infinidad de ellos, rotundos como consignas y santos y señas impartidos en los campamentos del Frente de Juventudes, nada que ver con los actuales campamento de verano administrados por la Xunta. Con ellos, con unos y con otros, fuimos construyéndonos el mundo que conseguimos alcanzar y que ahora se encuentra tan desbarajustado y en trance de desaparecer; al menos si Dios no lo remedia… y ya sabemos que últimamente el Sumo Creador anda muy entretenido en darles cuerda a los relojes de sol como para fijarse en los pequeños desaguisados que afligen al país al tiempo que tanta aflicción, aflicción tanta, nos hace la puñeta a ese conjunto de españoles conocido también como la ciudadanía, según quien a tal conjunto se refiera.

Menos mal que, poco amigos que somos de tuitear nada, todavía nos quedan los refranes, algún refrán que otro; por ejemplo el que nos advierte y nos consuela cuando afirma que no hay mal que cien años dure… algo que uno siempre escucha complacido, más aun si se olvida que tampoco hay cuerpo que los aguante.

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