Opinión

Antropófagos con alma de Hámsteres

El Viejo Milenario está confuso: quisiera asumir la libertad del águila, sobrevolar ciudades, elevarse sobre la cima de grandes montañas, contemplar paisajes llenos de vida y de color, vencer la gravedad, escapar del pasado y despreocuparse del futuro. Vivir en un eterno presente donde el “ahora” le acerque a los dioses del Olimpo en el gozar de ser y permanecer. Todos los animales irracionales no tienen idea de la muerte más que en el momento de la muerte misma, mientras que el ser humano avanza día a día hacia ella con plena conciencia extendiendo sobre la vida un matiz de melancolía, que le acompañará durante su existencia, ejerciendo una tiranía de la que solo se libran los que aceptan que el final es la integración en la energía primigenia.

La capacidad de los humanos de poder planificar el bien o el mal les convierte en una bomba letal o en un bálsamo de beneficios incalculables. De hecho un padre puede proteger a su prole con la fiereza de un tigre o puede convertirse, alimentado por el odio, en el depredador más cruel que termine con su vida. Desgraciadamente viene siendo noticia que padres rechazados por su pareja ejercen la venganza matando a sus hijos para causar el mayor daño posible a las madres de las víctimas. La violencia latente en todo animal afecta de forma particular al hombre y esta persistencia llevó a Freud a suponer que existe una pulsión de muerte que origina impulsos destructivos circulando estos hasta que se descargan violentamente sobre un objetivo. Esta idea la recoge el filósofo Chul Han en su obra “Topología de la violencia” citando también la opinión de René Girard, filósofo e historiador, padre de la teoría de la “realidad mimética”. De hecho cuando se comete un infanticidio, diabólicos imitadores del asesino suelen reproducirlo en sus ámbitos. Para el Anciano Milenario cada crimen cometido contra una inocente criatura devuelve al asesino a su primitiva condición de reptil.

Cuando los canales que controlan la violencia colectiva se bloquean, la sociedad entra en un periodo de inestabilidad donde el caos entrópico es el único código. De hecho el coronavirus ha sido un revulsivo social que ha encarcelado a cientos de millones de humanos atenazados por el miedo e indefensos ante la violencia de la positividad que es más traidora que la violencia de la negatividad, puesto que esta se ofrece como libertad. La batalla librada en el confinamiento contra el virus ha propiciado en algunos individuos una bipolaridad no diagnosticada ya que los ha convertido en prisioneros y a la vez vigilantes carceleros de sus vecinos o familiares.

El primer ministro del emperador Chuan-hiang, escribió en el siglo VI a.C: “La riqueza de un Estado es proporcional al embrutecimiento de sus súbditos y por lo tanto hay que impedir a toda costa que un individuo se convierta en propietario de su tiempo, de su propia vida. Por eso conviene aniquilar a los seres de excepción, a los honestos, a los excéntricos…”.

La crueldad no solo es patrimonio del homo sapiens y ya en un cuento que se escuchaba a un ciego en las ferias de la comarca de Montes: “Un niño observaba todos los días como su hámster intentaba salir del suplicio de su jaula sin fin, dando inútilmente vueltas y más vueltas. Apiadado de él, el muchacho le compró una pareja y alojó a ambos en una jaula dorada: Solo tenían que comer y aparearse todo el día. Como fruto de su amor, una camada de pequeños hámsteres irrumpió en la vida de la feliz pareja. El chiquillo estaba contento, se acostó temprano para madrugar y así poder comprobar los afectos de la madre a su prole. Cuando se levantó a la mañana siguiente observó con horror que ambos progenitores se había comido a sus hijos. ¿Algunos hombres tendrán alma de hámsteres?

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