Opinión

Recuerdos sin melancolía

En la novela de Heberto Padilla “En mi jardín pastan los héroes”, hay un párrafo que literalmente dice: “Si quieres establecer una pugna entre los recuerdos y el presente, haz que, por lo menos, no prevalezcan los recuerdos. No hagas monumento a la nostalgia y a la melancolía”. El Viejo Milenario se sintió aludido y confuso por la sentencia inapelable de un tribunal que lo había juzgado en un proceso extremadamente riguroso. Reconoció que su soledad en una voluntaria reclusión, lo hacía vulnerable al peso de los recuerdos; huía de un presente inestable y se refugiaba en la zona de confort que lo protegía de la incertidumbre del futuro. Se sentía bien acompañado por los fantasmas del pasado y en una imprescindible ucronía que transforma lo ocurrido en lo deseado. Los papeles que inundaban los espacios de su morada eran estudiados con profundidad en la creencia de encontrar el argumento que resolviese los enigmas de la vida. Se sentía como el alquimista que busca incansablemente el elixir de la eterna juventud, que en el último tramo de su vida creía haber encontrado en el mundo de los afectos. Lo que probablemente ignoraba H. Padilla cuando escribió su obra es el efecto devastador que se cierne ya sobre el presente por la acción de los humanos sobre la naturaleza, acentuado sobre todo en los últimos cincuenta años: el cambio climático, la contaminación de los océanos, la basura espacial, la desaparición de los manglares, la extinción de miles de especies, la escasez de agua potable, las enfermedades pandémicas… son una realidad que amenaza a la civilización incapaz de liberarse del capitalismo consumista que destruye todo cuanto toca. En estas condiciones, hablar del futuro puede crear un estado depresivo difícil de superar.

El Viejo Milenario rechaza frontalmente que los recuerdos produzcan melancolía, más bien tienen un efecto sedante y gratificante para aquellos que han vivido de acuerdo con sus convicciones y siempre sin perjudicar a los demás. Actualmente vivimos en una sociedad fruto de una evolución científica que pone a nuestra disposición recursos tecnológicos, sanitarios, energéticos, formativos… que eran indisponibles hace menos de diez años: la construcción de viviendas inteligentes, el uso de robots en la ayuda a la dependencia, la manipulación genética fetal para evitar malformaciones, el empleo de psicotrópicos en enfermedades neurovegetativas, la puesta en marcha de vehículos que funcionan sin conductor, el trasplante de órganos o de máquinas que hacen las funciones de los órganos dañados, etc. Estos avances hacen que la Modernidad les convierta en objetivos disponibles para los que tienen recursos económicos que les permite disfrutar cuando la resonancia (término acuñado por el sociólogo Hartmut Rosa para describir la relación sujeto-objeto) se produzca al involucrarnos en conseguir todo lo que ya está fuera de nuestro alcance. Paralelamente a la revolución que supone el poder alcanzar lo que antes era indisponible, se produce una pulsión incontrolable contra nuestros semejantes, a los que se considera rivales u objetos a destruir, gozando además del acto carente de empatía prevaleciendo el odio ante cualquier otra consideración.

Los recuerdos, el presente y las pesadillas se intercalan, ya que no pueden aislarse; es una trinidad espacial donde los tres configuran solo uno. Tratando de huir de la condena, el Viejo Milenario apela al paternalismo libertario que le exima de los errores cometidos pues su esencia fue amar la libertad y enseñar a pensar.

Por lo menos lo intentó.

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