Opinión

LA CALLE DE LA AMARGURA

El día que esto escribo, aquí en A Coruña, hace un día soleado más parecido a un tiempo primaveral que a un día de otoño lluvioso, triste, oscuro, con el viento inseparable que reina en la ciudad herculina. Con tal motivo me decidí a dar un largo paseo por la ciudad vieja. Allí, entre otras, está la calle de la Amargura. Muy cerca, casi dándose la mano, está la Colegiata y enfrente el suntuoso y vetusto edificio que en su día fue donado por el Ayuntamiento al generalísimo Franco, y donde su viuda veraneaba lejos del Pazo de Meirás. A escasos metros, la casa en donde vivió el coruñés don Ramón Menéndez Pidal, filólogo, investigador histórico-literario, fue miembro de la Academia de la historia y presidente de la Real Academia Española. Un poco más adelante, el colegio y residencia de los Padres Dominicos en donde, dicho sea de paso, estudiaron mis dos hijos hasta el selectivo. Y terminando ya la andadura por el casco antiguo está el sobrio edificio que alberga el Archivo del Reino de Galicia.


En Ourense -no meu Ourense queridiño- también hay la calle de la Amargura y, aunque lo desconozco, probablemente en otros lugares. Pasear por las zonas antiguas es relajante, alejados del tráfico intenso. Es como deambular por el claustro de un monasterio. ¿Por qué la calle de la Amargura suele estar ubicada en las zonas antiguas? Puede que tan triste nombre no sea el más idóneo para las modernas urbanizaciones, razón por la cual encaja mejor en la parte vieja de las ciudades. Además la Amargura es cosa vieja. La amargura y los amargados los hubo, los hay y los habrá.


Y en los tiempos actuales de crisis, paro, restricciones, mendigos y usuarios de Cáritas, la Amargura y los amargados emergen y crecen de forma considerable. Hoy sí puedo decir que anduve por la calle de la Amargura, pero no en el sentido que define el diccionario de la Real Academia Española -situación angustiosa prolongada-. No. Ha sido un paseo relajante, tranquilo anti estrés. Y esto me recuerda aquellos tiempos cuando decíamos: 'Esa chica me trae por la calle de la Amargura'.


¡Ah, se me olvidaba! Cando vou a Ourense tamén disfruto dando unha volta pola Praza do Trigo, Hernán Cortés, San Cosme e hasta pola rúa do Esquecemento, pois ás veces tamén é bo esquecer, olvidándose das tristezas da vida. Esquecemento das amarguras, dos tragos amargos que os hai e dabondo.

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