Opinión

Falló la hostioterapia

A mí el mocoso me importa una mierda: si era un mal nacido, que sus padres hubiesen estado al loro para meterlo en cintura ya de pequeño. Si era un mal educado, ídem, pero además también los profesores: para eso estudian pedagogía, sociología, psicopedagogía y no sé cuántas pedanterías más. Y si era un enfermo, lo lamento, que un siroco lo tiene cualquiera. Y un mal día. Y hasta una mala vida, aunque la de este mini yihadista no era justo la de un niño de la calle, ni de la fabela, ni del barrio marginal, ni del África negra, ni de las primaveras muertas, ni del desarraigo, desconsuelo, discriminación, desestructuración, desadaptación y sucesivas disfunciones y paridas del primer mundo.

A mí lo que me inflama el epidídimo -y me produce cojonera- es el proceder de las autoridades (in)competentes: ¿Dónde está el ministro del asunto? ¿Dónde el secretario general, el consejero, el presidente autonómico, el nacional y los demás corifeos? ¿Dónde la condecoración, y la pasta que ello implica? ¿Dónde el homenaje, la misa, el obispo y la chapa de rigor?... Maldita sea, ¿dónde están las víctimas de los aviones haciendo peña, incluso las del terrorismo, y las de Afganistán? Este profesor murió en acto de servicio, víctima de un ataque premeditado, de forma violenta y por socorrer a otra persona, mujer para más señas. ¡Lo reúne todo para rendirle un homenaje, patrio y multitudinario! ¿Sí? Pues yo apenas conozco su circunstancia: un profesor interino de ciencias sociales. Y no me fue fácil oír su nombre en los tele estercoleros. Por ahí me mostraron un héroe que daba clases de gimnasia y tuvo la “sangre fría” de enfrentarse al victimario que se “derrumbó como un niño que era”. En qué quedamos: ¿Tuvo sangre de ofidio o se trataba de un niño indefenso? Si lo primero, el niño no era tal. Si lo segundo, el tal no era ningún héroe.

A mí que no me jodan. Yo sé que con trece años la cosa no da para más, pero tampoco me chupo la pezuña –ya me pongo en situación, por si los estúpidamente correctos me tildan de cuadrúpedo- como para no considerarlo responsable de su fechoría. Es más, yo calo al niño repelente desde su más consentida infancia, igual que al niño bien educado. Y listas haría, para pasarle incluso al rey Herodes, con esos bichejos azogados que no me dejan comer tranquilo en los restaurantes, que martirizan a sus progenitores, abochornan a sus abuelos y aterrorizan a los mismísimos rottweiler. Pero una cosa es ser traste y otra ser hijo de puta –en la inconcreción más absoluta de la expresión- y de esos impúdicos impúberes, y de estos bordes imberbes estoy hasta los convexos cojones. Pero claro, yo soy un claro clon de cavernícola.

Brote sicótico, brote de acné juvenil, primaveral o lo que fuere, el caso es que este fan del onanismo, y de las armas, ha sajado a machetazos la vida de un hombre adulto, sano, culto y buena gente. ¿Que es un niño? Tan niños eran los “cincuenta o sesenta”, que según rezan –blasfeman más bien- las crónicas, se ahogaban dos días antes en al mar de la vergüenza escapando de la guerra. ¿Que “oye voces”? A voz y sal en grito clamaban los pobres desgraciados en el vientre del pecio en que quedaron atrapados. ¿Que falló algo? Seguro. Aquí falló la hostioterapia: que si no con sangre, con unas buenas hostias a su debido tiempo la letra entra. Y el Catón. Y la sensatez. Y echarse ahora las manos a la cabeza no arregla nada. Y menos arregla un mezquino minuto de silencio… ¡Profesor D. Abel Martínez Oliva! ¡Presente! Ud. ha dado su vida. Ud. es el héroe

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